Para que sumar, si el cero es un número pacífico.
¿Para que adquirir si luego vas a
tener que devolverlo de alguna manera? Entusiasmarte por añadir ilusión a una
vida para pagar la tasa del tiempo, ese que transforma la fe en incredulidad,
en vacío. Quizás el reloj no es culpable, él solo observa y somos nosotros los
indecisos, los contradictorios, los obligados a cambiar, a partir. Somos libres
de elegir pero estamos vendidos ante el determinismo del cambio. La atención
que te volvía único se transforma en indiferencia. Antes estabas tú donde ahora
está la mirada perdida. Antes eras tú, atención absoluta del cíclope, para más
tarde ser puesto a la venta, pues, desde lo inesperado aparece la nueva atracción
del ciego que ya no puede verte, ni siquiera intuirte, ensimismado en su nuevo
juguete, siempre roto pero a simple vista perfecto. Un día funcional, otro día
inservible, así, en un ciclo continuo, el eterno retorno con rostro de novedad.
Somos carne de prioridades de
otras carnes que a veces nos priorizan por un tiempo y luego nos relativizan.
Quiero tu atención pero solo encuentro mensajes con problemas filosóficos.
Apegarnos, sentirnos dueños, estar seguros, cálidos, apacibles, como si todo
tuviera sentido, para después, perdernos, ser indigentes, como el que pierde el
fuego y el hogar. Y viajar de nuevo traumatizado y a la deriva, una vez más,
sin semblante al que aferrarse. Dormir abrazado, es dormir intentando agarrar
polvo olvidado. Una mano, cien cuerpos. Un sueño, cien pesadillas.
Pero me llamas y me dices que me
echas de menos, en ese momento todo cobra sentido. Pensé mal, me despisté, dejé
de ser creyente. Discúlpame si a veces confundo las mareas con simples olas. En
casi todo naufragio hay, al menos, un bote salvavidas. Tu risa vuelve a ser mi
respiración.