Apenas discutían, conseguían llegar siempre al cenit de lo apaciguable y nunca se miraron mal por lo que dijera el otro. Si surgía alguna discusión esta versaba de cosas triviales de la vida, juegos de palabras que no encerraban ninguna malicia que fuera más allá de lo imperdonable, solían discutir de horarios, del paso o no del tiempo y de qué color se veía la luna aquella noche, nada serio.
Discutir es realmente sano y necesario porque pone sobre el tapete distintos pareceres de la vida y gracias a las discusiones se llegan a conclusiones constructivas sobre el futuro de la pareja, haciendo más cordial el día a día y creando más sentimiento de unión hacia el otro, pero a veces una discusión mal llevada puede encerrar una oscura sombra llamada ego, porque este tipo de discusión no es más que la lucha de dos egos intentando preponderar uno sobre el otro, encierra una dialéctica que ha de ser mejor desarrollada que la del contrario, una lucha por encontrar la sentencia perfecta y derrotar humillantemente al otro y aunque el que gane no pretendiera una humillación hacia el perdedor, esta es inevitable, porque el cerebro del contrario se ha impuesto y ya no quedan argumentos validos para rebatirlo, por ello lo lógico es ponerse a la defensiva y pasar al plan b, pasar a lo personal. Un discusión suele empezar sobre un parecer de algo tangible o una realidad visible, se discute sobre algo que ocurrió, se vio, se olio, se sintió, más tarde el que siente que va perdiendo suele sacar la baza de lo personal y empieza a desarrollar un guion que suele versar sobre “es que tu siempre” y eso entraña un alejamiento de lo tangible, neutro y racional para dar paso a la forma de ser del otro, más personal, intangible y no racional, la discusión cae en ese momentos sobre su propia bola de nieve, arrastrando tras de sí la lógica y la razón. Y no solo arrastra a la lógica y a la razón, también arrastra a uno mismo, el cerebro se vuelve más oscuro, en forma de túnel, ya no se escuchan los pájaros cantando cerca de la ventana, ni las risas de los niños, ni los latidos de amor del otro, solo se escucha una queja amarga que se extiende por venas y arterias y llega hasta el cerebro, baja por la cavidad nasal y la boca y se lanza en forma de jugo amargo y defensa irracional de uno mismo hiriendo al otro de manera isofacta dejándolo en estado de shock. La discusión en ese instante pasa a otro grado bien distinto y mucho más acalorado y por supuesto irracional, de discusión se pasa a pelea. La pelea encierra en su conjunto lo oscuro que llevamos dentro y convierte todo en crítica destructiva, nada saludable y que ocasiona heridas irreparables en lo más hondo de los boxeadores dialécticos. Se sale bien de unas cuantas peleas, más bien se sale herido pero no muerto, pero si este rol empieza a ser continuo, se pierden las fuerzas, uno se agota, decae, se inclina, pierde la esperanza, siente que ha perdido el control y abandona por fin esa desquiciante relación.
Por todo ello y previniendo futuros encuentros dialecticos acalorados, cuando uno de la pareja se sentía un poco agotado por la discusión trivial que pudieran tener, mandaba una contraseña al otro para frenar de forma alegre y con una sonrisa todo lo que pudiera ocasionar seguir hablando de aquel tema en cuestión. Acordaron un modo, que ellos denominaban tonto incluso ñoño para la percepción del resto de personas que pudieran asistir a su forma de parar el conflicto, sencillo y bien visible para el otro. La contraseña era la siguiente:
En el momento en el que uno de los dos se sentía agotado por el dialogo que empezaba a no llegar a ninguna parte, miraba a su pareja, extendía su mano derecha a la altura del hombro con la palma abierta en dirección hacia el otro y decía en voz alta; “MANDARINA”, en ese momento el otro miembro de la pareja también extendía su mano tocando la de su compañero y repetía: MANDARINA y así los dos paraban la discusión, sonreían y se besaban o se abrazaban o tan solo se miraban de manera cómplice y tranquilamente se decían de acuerdo estamos llegando muy lejos y sin más complicaciones cambiaban de tema.
Esto para algunos puede parecer una trivialidad, una ñoñez, ya que muchas parejas creen que si no hay pelea, no hay amor, cuando en realidad esa es una manera desajustada, desequilibrada de entender una relación de pareja , una historia de amor en ningún caso es un campo de batalla, sino todo lo contrario, es un amortiguador de estrés, no ha de producir estrés sino mitigarlo, es sano discutir pero no es sano pelear y si una discusión o pelea llega a un punto muerto lo más inteligente es parar y pasar a tranquilamente a otro tema, así pensaban ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario, es valioso.