La educación formal, entendida como el tipo de educación reglada que
se concretiza en un currículo (con objetivos, competencias, contenidos, etc.)
tiene como objetivo fundamental el desarrollo integral de la persona. Pero,
en la actualidad, nuestro sistema escolar parece prestar una atención
superlativa a lo puramente académico (asignaturas de Matemáticas, Lengua, etc.)
dejando en un segundo plano, otros aprendizajes que sin duda tienen una fuerte repercusión
en el bienestar y el desarrollo integral humano, como son la educación emocional y la educación sexual.
Rafael Bisquerra define la educación
emocional como: “un proceso
educativo, continuo y permanente, que pretende potenciar el desarrollo de las
competencias emocionales como elemento esencial del desarrollo integral de la
persona, con objeto de capacitarle para la vida. Todo ello tiene como finalidad
aumentar el bienestar personal y social[1]”.
Por su parte Félix López nos
dice que la educación sexual: “entrena en habilidades interpersonales,
fomenta valores y enseña criterios de salud, para ayudar a los menores a
reconocerse como chico o chica, conocer los diferentes aspectos de la
sexualidad humana. Su fin último es ayudar a las personas a vivir de forma
satisfactoria su sexualidad[2]”.
En ambas definiciones, podemos observar claramente, que atienden al fin último
de la educación: el desarrollo integral
de la persona.
Pero, en la actualidad, ambos
tipos de educaciones aparecen por separado, debido a que el concepto que aun se
posee de educación sexual parece
quedar relegado al estudio de la genitalidad, las infecciones y métodos
anticonceptivos. Un modelo basado en la biología y aposentado en el campo de la
medicina. Hoy apostamos por otra fórmula
más integradora de la educación sexual, donde no solo se habla en estos términos,
sino que abre el abanico, como no podía ser de otra forma, a la enseñanza de la
afectividad, la erótica, el autoconocimiento, al estudio de mitos y errores, tanto en lo que concierne al
sexo, como a las relaciones de pareja. Hablamos de habilidades sociales, de
toma de decisiones y de cómo resolver conflictos que nos puedan surgir en el
ámbito interpersonal. Como exponía Howard
Gardner en su Teoría de las
Inteligencias Múltiples, la educación sexual estudia dos de sus conceptos más brillantes:
la inteligencia interpersonal e intrapersonal.
La inteligencia interpersonal es la capacidad de entender a los demás,
de empatizar. Capacidad para reconocer y
responder a las emociones, sentimientos y personalidades de las personas que
nos rodean. La inteligencia
intrapersonal la entendemos como la capacidad de conocernos a nosotros
mismos, de controlar nuestras emociones. Conocemos nuestra vida emocional y
sentimental y actuamos acorde a ella, sin dejarnos arrastrar. Ambos tipos de
inteligencia son estudiados y enseñados, tanto por la educación sexual como por la educación
emocional. Este es el principal nexo de unión entre ambas.
Por ello, no sería baladí,
empezar a concebirlas como dos
educaciones hermanadas, pues comparten objetivos paralelos, semejantes, e incluso
en gran medida, idénticos. Ambas
intentan alcanzar objetivos como:
- Adquirir mejor conocimiento de las propias emociones.
- Prevenir los efectos nocivos de las emociones negativas.
- Identificar las emociones de los demás.
- Trabajar la escucha activa y la capacidad de empatía.
- Adoptar una actitud positiva ante la vida.
- Mejorar la autoestima y conseguir un autoconcepto saludable.
Ambos tipos de educación
favorecen que la persona pueda conocerse mejor y mantener relaciones sanas con
los demás, conociendo, reconociendo y comprendiendo al otro. Por ello apostamos por un tipo de
educación global que aúna ambos conceptos: una Educación Emocional y
Afectivo-Sexual. Donde emociones, afectos y sexualidad queden integrados y
complementados dentro del currículo oficial, para alcanzar el gran objetivo del bienestar personal y social.
¿Y por qué se hace necesaria en la actualidad dicha educación?
Nuestros jóvenes, a pesar de la
numerosa información que poseen a través de los medios de comunicación,
internet y de la educación informal en general, siguen mostrando comportamientos problemáticos, como
violencia (bullying, violencia de género…), conductas de riesgo (no protección
en las relaciones sexuales, SIDA, abuso de sustancias…) y variadas conductas
asociales. La etiología de estos comportamientos, en la mayoría de los casos, son
consecuencia de una baja autoestima, pobre autoconcepto, el no saber decir no
ante la presión del grupo, y asumir como normas y conductas establecidas
aceptadas, ciertos mitos sobre las relaciones de pareja y sexuales.
La violencia de género sigue siendo una de las lacras que la sociedad
intenta combatir. Los datos de víctimas
mortales por violencia de género[3]
(a fecha de 31 de diciembre de 2014) muestran que han sido un total de 53 víctimas mortales, de las cuales tan
solo habían puesto denuncia en 17 de los casos. En 35 de los casos, la
violencia había sido ejercida por la pareja actual de la víctima. En esta
lucha, tanto la educación emocional como
la sexual, tiene mucho que decir y ofrecer.
Por todo ello, la educación formal debe responsabilizarse.
Ha de utilizar las herramientas y recursos necesarios para prevenir todos estos
problemas y riesgos que rondan a nuestros jóvenes, y por ende, a la
sociedad en general. Hoy disponemos de personas expertas, formadas en educación,
en sexualidad y en inteligencia emocional, que se han nutrido de los avances científicos
en estos campos y que se convierten en una herramienta fundamental para la educación.
Cada vez salen a la luz nuevos proyectos y programas que inciden en la
importancia de conseguir que nuestros jóvenes tengan una vida más sana, feliz y
que adquieran competencias emocionales
suficientes, para perseguir una vida menos violenta y más tolerante,
complacientes consigo mismos y responsables con los demás.
Proponemos el nacimiento de una Educación Emocional y Afectivo-Sexual
que luche por conseguir el autoconocimiento, la mejora de la autoestima, la
eficaz toma de decisiones, la búsqueda de soluciones ante conflictos
interpersonales, que batalle por una sexualidad sana, positiva y satisfactoria
y en definitiva, una lucha por alcanzar al fin, el desarrollo integral de la persona.
[1]
Datos hallados en: Bisquerra, R. (2006). Estudios sobre Educación. Nº11 (pág.
9-25).Universidad de Navarra.
[2]
Datos hallados en: López, F. (2009). La Educación Sexual. Madrid: Biblioteca
Nueva.
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