Si las emociones juegan un papel
primordial en la vida cotidiana, moldeando nuestras respuestas ante las
situaciones que nos acontecen, en las relaciones de pareja, las emociones son
el anclaje que da sentido a nuestra elección de empezar, continuar o poner fin
a tal idilio romántico. Son el núcleo, el alma mater que nutre y sustenta
nuestro comportamiento amoroso.
Por ello, la inteligencia emocional, se convierte en una herramienta
indispensable para toda relación de pareja que no quiera caer en la toxicidad,
la incomprensión y la impulsividad. Pero ¿qué entendemos por inteligencia
emocional?
Son varias las teorías más
influyentes y contrastadas sobre inteligencia emocional. Sin ánimo de ser exhaustivo,
vamos a exponer dos de las más acreditadas
por el mundo científico:
·
Mayer y
Salovey entiende la inteligencia emocional como: “la capacidad para percibir, valorar y expresar las emociones con
exactitud; la capacidad para acceder a, o generar sentimientos que faciliten el
pensamiento; la capacidad para comprender las emociones y el conocimiento
emocional; y la capacidad para regular las emociones promoviendo el crecimiento
emocional e intelectual”
·
Para Bar-on,
la inteligencia emocional se divide en cinco grandes áreas: Inteligencia
intrapersonal: asertividad, autoestima, independencia; inteligencia
interpersonal: empatía, relaciones interpersonales; adaptabilidad: solución
de problemas, flexibilidad; gestión de estrés: tolerancia al estrés y
gestión de impulsos; estado de ánimo general: optimismo y felicidad.
Podemos decir que una persona
posee inteligencia emocional cuando sabe gestionar una serie de competencias
emocionales:
1.
Conciencia
emocional: la persona conoce sus emociones, piensa en ellas, se pregunta
por ellas, posee capacidad de introspección y reconoce las emociones en los
demás, observa adecuadamente las emociones en la pareja. Un miembro de una relación
de pareja que posee conciencia emocional, es aquel que cuando siente una
emoción, es capaz de identificarla y darle el valor apropiado. Y no solo
autoidentifica sus emociones, sino que es capaz de estar atento a las emociones
de su pareja, puede identificar como se siente la otra persona y en
consecuencia, puede actuar acorde a esta emoción.
2.
Regulación
emocional: su respuesta es apropiada al contexto. Es la conducta opuesta a
la impulsividad. Son personas con una alta tolerancia a la frustración, no se
dejan arrastra por las emociones, las controlan, pero no las reprimen. Un
miembro de una pareja que posee regulación emocional, ante un conflicto o
discusión, no se deja arrastra por las emociones negativas, controla su ira y
no responde impulsivamente. Sabemos que cuando nos dejamos llevar por una
emoción negativa podemos caer en el error de responder con un ataque impulsivo,
poco meditado, haciendo un daño en el otro, que en realidad no deseamos. Cuando
baja nuestro nivel de enfado, nos damos cuenta de lo inoportuno de nuestra
frase y es el momento, si no somos muy orgullosos, de pedir un perdón necesario.
3.
Autonomía
emocional: capacidad de no dejarse arrastrar por los estímulos del entorno.
Mantiene un equilibrio entre la dependencia emocional y la desconexión con el
otro. No se deja arrastrar por sus emociones y sentimientos, dentro de la relación
de pareja, por lo que no cae en una dependencia afectiva sobre el otro, pero
tampoco se convierte en un tempano de hielo, que nada le resquebraja, perdiendo
la capacidad de empatía. Alcanza un equilibrio, una interdependencia emocional,
necesaria para evitar las relaciones toxicas, basadas en la dependencia o las relaciones
inconexas, movidas por la despreocupación absoluta y la desvinculación
emocional.
4. Competencias o habilidades sociales: el
miembro de la pareja posee la capacidad de escucha activa, no interrumpe,
conoce los pasos de un buen diálogo, los silencios necesarios. Tiene la
capacidad de empatizar con el otro, de entenderle y hacer ver que comprende las
emociones de la pareja. Se muestra asertivo, no siendo ni pasivo ni agresivo en
sus conductas y acciones.
5. Habilidades para la vida y el bienestar: búsqueda
del bienestar personal y social.
Reclama para sí y para su pareja la exploración de emociones positivas, las ganas de encontrar
un equilibrio y una felicidad que garantice la armonía tanto para sí mismo como
para su relación. Comprende la necesidad de las emociones negativas y su
expresión, aunque desea conectarse con sus emociones positivas de manera
regular[1].
Estas competencias, no aparecen
en nosotros por arte de magia, han de ser cultivadas y enseñadas. La escuela es
el lugar perfecto para que nuestros pequeños vayan conociendo sus emociones,
sabiendo regularlas, adquiriendo habilidades sociales para tratar con los demás
y alcanzando un placer por la búsqueda de su propio bienestar. La educación emocional es una necesidad
básica que debe ser cubierta por nuestro sistema escolar ¿cómo sería nuestra
vida de pareja si desde pequeños nos hubieran educado tanto en matemáticas como
en competencias emocionales? ¿Cuántas situaciones de abuso, maltrato, incomprensión,
sufrimiento, desentendimiento, nos hubiéramos ahorrado? No es tarde para,
tengamos la edad que tengamos, empezar a cultivar nuestra inteligencia
emocional, pero si desde la escuela comenzamos a trabajarlo, estaremos haciendo
un bien superlativo a las futuras generaciones, a los futuros gobernantes del
timón de nuestro planeta.
[1]
Para profundizar en este tema acudir a: Bisquerra, R. Pérez, J.C. García, E.
(2015). Inteligencia emocional en educación. Madrid: Síntesis.
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