martes, 23 de marzo de 2010

A causa de la soledad

Introdujo sus manos dentro de su cerebro pues quería comprobar que seguía vivo, pero no halló respuesta. No son tangibles los pensamientos intuyó, pero si los pensaba, ¿por qué no se convertían en hielo o en aluminio?, ¿a dónde van a parar los pensamientos de odio o de amor o los pensamientos de los mismos pensamientos?, se pregunto en ese momento si aquello era filosofía de las de bar, de las de acalorados encuentros con uno mismo a causa de la embriaguez, de aquellos pensamientos de los que uno se avergüenza al día siguiente, pero seguía sin respuesta. Y ella estaba allí mirándole atónita, desconcertada con la botella en la mano. No va contigo encanto solo piensa en él, percibí yo mientras les miraba. Si es que uno se vende al alcohol tan fácilmente que pierde la perspectiva de donde se encuentra, yo al menos bebo solo y no tengo que dar explicaciones. No había que darlas o por lo menos a ella, pues le miraba bebiendo y sabia que su atractivo se diluía a cada trago que daba, ese tipo no es para ti Yolanda. Salió del bar cuando le vio gotear de su barba la espuma sobrante de su cerveza. Hiciste bien encanto ese tipo no te conviene, es mejor beber sola o largarse furtivamente antes que ver semejante espectáculo.
En un mismo bar se entremezclan pensamientos y esperanzas, el chico solitario quería conocerla pero ella estaba con un tipo de barbas muy ebrio y al final ninguno de los dos se llevó el botín. Yolanda se marcho, el tipo de barbas seguía ebrio, con ojos rojizos y cavilando sin razonamiento, mientras que el solitario bebía para olvidar que tuvo que matarla para que no le arruinara la vida.
Si Yolanda hubiera cambiado de banco y se hubiera acercado al chico solitario hoy estaría muerta, desangrada, con muñones por brazos y con la lengua partida en dos en un plato de comida rápida del restaurante del tipo solitario, pero decidió irse sin más. Si se hubiera quedado con el barbas ahora estaría paralitica de cintura para abajo por un accidente con la moto que la hubiera llevado de vuelta a casa. Pero decidió marcharse y al hacerlo tiró mi copa y no tuvo más remedio que invitarme a una nueva. Que ojos más tristes los de Yolanda, pedían a gritos comprensión y compañía, un abrazo y no dar explicaciones, te vendes muy rápida Yolanda a pesar de ser tan guapa, eso no te va a llevar a buen puerto. La acompañé hasta su casa y me dijo que le quedaba un culo de vodka en casa y que sería buena idea fulminarlo con dos chupitos, me miró suplicando, como el perro sin dueño que llora desconsolado, como el bebé que pide a gritos un poco de estimulación, como la mujer que necesita dormir acompañada aunque eso conlleve a tener sexo con un extraño, y yo odiaba la compasión.
Mientras escuchaba sus últimas palabras sobre subir a su casa imaginé mil formas de matarla.

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