sábado, 23 de julio de 2011

Cuatro historias de amor

A continuación una historia en capitulos, basada quizás en hechos reales o completamente ficticia....

Capítulo uno. Primeras reflexiones
Cuando basas tu vida en el amor solo pueden pasarte cosas o muy buenas o muy malas, no hay término medio. Entre las buenas está ser ese centro de atención, ser la prioridad para otra persona, su primer y último pensamiento, el disfrute del buen sexo, las caricias, la dopamina levitando incansable por tu sistema nervioso, la alegría de sentirte vivo, alcanzar la sensación de poder llegar a ser tú mismo. Luego viene el bajón como si de cualquier tipo de droga se tratara, viene la desilusión, el desengaño, la pérdida de idealización, la realidad y es cuando te abandonan, te dejan atrás como un pequeño recuerdo que apenas se recuerda por la falta de entusiasmo y la indiferencia. Y si a eso le sumamos que a veces te dejan por otros más activos, más emocionantes, descubrimientos nuevos, el bajón se hace tan insoportable como el mono de una potente droga, como el delirium tremens del alcohol, con las convulsiones mentales de un ser abocado al fracaso emocional. Lo peor de todo es que la gente normal, la gente que no basa su vida en el amor, puede reponerse con mayor facilidad, puede pasar página haciendo otras tantas cosas que puedan llenarles, el problema de basar la vida en el amor es que cuando lo pierdes te sientes perdido demasiado tiempo, o quizás un breve espacio de tiempo pero demasiado profundo, ensordecedor y caótico, perdido en el abismo más oscuro de la oscuridad más tenebrosa.
Cuando basas tu vida en el amor, estas abocado al sufrimiento, a la desesperación ,a la continua búsqueda de felicidad inalcanzable más allá de los meses necesarios para que descubran que esa emoción se evapora y es momento de avanzar hacia nuevas casillas, nuevas vidas por descubrir, nuevos trenes a los que subirse.
Yo he basado mi existencia en el amor, en el chute de sustancias cerebrales, en la sensación de ser admirado, querido, adorado, idolatrado, idealizado, sucumbido al deseo más animal. Esta es la droga que me ha mantenido vivo desde los 17 años más o menos, la droga que me ha matado tantas veces.
Y en todo este juego no hay término medio, y no lo hay por la sencilla razón de que al inicio es todo una inmensa alegría, el descubrir a la otra persona continuamente, que poco a poco se vaya habituando a ti y tu a ella, esa emoción inicial que siempre parece la mejor de todas, pues crees estar con la mejor persona del mundo, esa emoción ilusoria que te llena de vida, de fuerza, de esperanza, y todo esto solo puede ser algo muy bueno y buscado como refuerzo positivo por nuestro cerebro, el está contento contigo y tú con la vida. Demasiada felicidad que solo puede llevar al final a demasiada desilusión, tristeza y abandono. Porque la vida es una sucesión de prioridades que van cambiando a lo largo de la existencia y el amor también es una prioridad momentánea, todo muta, del bien al mal, del mal al bien, del todo a la nada y de la nada se vuelve a comenzar de cero.
No llevo bien esa premisa básica de la vida, no me gustan los cambios drásticos, ni saber que uno es una prioridad para alguien hasta que la moda interna de su pequeño cerebro le indica que es momento de avanzar dejando los lastres que te hunden, y no me gusta sobre todo cuando ese e lastre soy yo.
Y yo he jugado mucho, nunca me dejaba vencer, siempre estaba atento a las señales del fin para precipitarme como grasa resbaladiza antes de que me dejaran atrás a mí, solía ser lo que se llama un rompecorazones, utilizaba todo lo que iba aprendiendo del amor para conseguir mis propósitos y que las personas incautas se enamorara de mí y en eso era realmente bueno. Me jactaba de no haber sido nunca el abandonado, siempre era el “abandonador” malvado, el cruel pero con clase, el que necesitaba el cambio, el que pronunciaba frases del tipo: “no eres tu soy yo”. Leía todo lo que la ciencia moderna investigaba sobre el amor, me levantaba pensando en el amor y me acostaba penando en el amor, mi cerebro solo tenía conexiones neuronales basadas en la premisa: “conocimientos sobre el amor”, el resto de neuronas no servían para nada. Solo era feliz cuando conseguía enamorar a alguien, era un ser triste cuando me sentía solo, cuando nadie quería marcar mi número de teléfono para saber cómo estaba, sin amor era un ser completamente desequilibrado, un ente paralizado, una masa que se deformaba a cada minuto, que se restablecía para ir a la caza de la siguiente víctima a enamorar. Con el amor a mi lado me equilibraba, me volvía sensato, incluso independiente, era capaz de dejar de pensar en el amor, solo lo vivía, me sentía libre, feliz, lejano a la soledad y a la muerte, me sentía yo mismo. Como algunos alcohólicos que piensan que cuando no beben no son ellos mismos porque están cohibidos y taciturnos y que cuando le dan los primeros tragos empiezan a sentirse alegres, vivos y saben desenvolverse en la vida con soltura, sintiéndose ellos mismo con una fuerza embaucadora, ese era yo cuando estaba enamorado, un ser real, equilibrado, capaz de hacer cosas con alegría, motivado, creativo, vivo.

Continuará....

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