Podemos definir los celos como el sentimiento de deseo de posesión sobre el otro con la necesidad de acaparar toda su atención. Se produce cuando percibimos una amenaza de pérdida, sea esta real o infundada, que genera un malestar emocional caracterizado por signos de tristeza, rabia y frustración, que pueden ser o no exteriorizados, incluyéndose por tanto la combinación de pensamientos, sentimientos y conductas.
El Diccionario de la Real Academia Española (1.984) define los celos como: “sospecha, inquietud y recelo de que la persona amada haya mudado su cariño o afición poniéndola en otra”.
La persona celosa padece un estado emotivo ansioso caracterizado por el miedo a perder lo que posee o que considera que posee. Por lo que el termino que domina la definición de celos es la necesidad de posesión, la creencia de que el otro nos pertenece y que por ello debemos mantenerlo unido a nosotros, pues su pérdida causa dolor.
Cuando los celos se vuelven patológicos hablamos de un estado de celotipia, este estado se puede definir como: “celos compulsivos, que se definen como aquellos celos que pueden llegar a causar problemas psicóticos y delirios. Es una enfermedad en la que la persona no se reconoce como enfermo” .
La existencia de este sentimiento o deseo de posesión en el ser humano conduce a que nos preguntemos si es aprendido o innato para nuestra especie.
Existe una controversia en el mundo científico sobre si el sentimiento de celos es innato o aprendido. Para algunos autores dentro de la Psicología Evolutiva, los celos tienen una función particular y universal en la historia evolutiva humana, pues promueven la monogamia y la fidelidad, ya que sirven para garantizar la permanencia de la pareja dentro de la relación, protegiendo esta de potenciales intrusos. Para los hombres la existencia del sentimiento de celos proviene de su afán por asegurarse que la descendencia es suya, que él es el padre verdadero de los vástagos nacientes y utilizaban la vigilancia activa y la coerción agresiva como método disuasorio ante un posible adulterio de la amada. Las mujeres utilizaban los celos para asegurarse los recursos económicos y paternales del marido. Autores como Linton aseguran que el sentimiento de los celos es universal e innato, puesto que como él mismo indica, hay poblaciones donde se concibe una total libertad sexual y esta se ve deteriorada cuando los hombres de dicha población consumen alcohol, volviéndose celosos y agresivos, pues su control voluntario a causa del alcohol esta inhibido. Sin embargo otros psicólogos como Klineberg, señalan que estos sentimientos son de origen cultural, pues el adulterio solo provoca reacciones celosas en la medida en la que afecta a la dignidad, prestigio y honor.
Posiblemente esta dicotomía entre lo innato y cultural, no sea tal y lo que realmente pueda pasar es que ambas interaccionen y que los celos sean tanto culturales (su forma de manifestarse) como biológicos (la manifestación de celos como tal).
Otra controversia científica acerca de los celos es si estos pueden ser positivos o no para la relación. Para algunos autores, una pizca de celos puede incentivar a la relación, haciendo que ambos amados se preocupen de nuevo por esta, reavivando la chispa, pues los celos controlados pueden ser estimulantes, reavivando la pasión y manteniendo el compromiso amoroso, siempre que estos celos no sean patológicos (celotipia), pues dependerá de la intensidad o el grado de malestar que surja en la pareja. Para otros autores, lo ideal es que siempre que sea posible debamos eludir los estados celosos, pues el amor nunca ha de ser un proceso de sufrimiento, siguiendo a la falacia del amor es sufrido.
Nuestra concepción de celos parte de esta segunda visión, siempre que podamos intentemos evitar los celos por muy insignificantes que puedan parecernos, pues se puede correr el riesgo de acabar sembrado tempestades con un simple soplo. A nuestro entender las parejas emocionalmente maduras, no necesitan los celos como incentivador amoroso, ya que poseen otros mecanismos para mantener la pasión avivada. Los celos siempre son negativos aunque puedan llegar a ser comprensibles, sobre todo ante evidencias que muestran un peligro real de abandono.
Podemos establecer por ello dos tipos de celos: por causas reales o infundados (imaginados, sin base real). Según J. M. Antón: “Cuando la presencia es real se habla de celos provocados por la infidelidad de alguno de los miembros de la pareja. Estos celos tienen una “validación objetiva”. Son comprensibles, aceptados y de sentido común dentro de los parámetros socioculturales en los cuales nos desenvolvemos, independientemente de su intensidad. Pero los celos en las relaciones de pareja pueden aparecer cuando, como dice Pittman (1.994):”desde un punto de vista técnico no hay infidelidad alguna” (pag. 73). La infidelidad es un hecho, los celos un sentimiento”. Por lo que los celos reales pueden ser concebidos como sentimientos normales y necesarios, pues sirven para regular la distancia y la intimidad en la pareja. Los celos no reales o disfuncionales son celos intensos que aparecen en ausencia de una infidelidad real, intoxicando la relación.
Sin embargo si partimos de la idea de que los celos son una manifestación de un deseo de pertenencia profundo,"el otro nos pertenece", cualquier manifestación de este estado es negativa, pues nadie nos pertenece y debemos entender que el otro puede cambiar su agente de apego, teniendo en cuenta, en todo caso, que reconocer esto y aceptar la conducta del otro, no es un proceso fácil.
Incluso podemos hablar de celos aceptables o patológicos, dependiendo de cómo afecten estos a la persona y a la relación. Los celos pueden ser de una u otra manera dependiendo del tipo y grado de nuestra reacción ante ese sentimiento. Los celos patológicos o celotipia se pueden considerar una enfermedad, porque siendo infundados o reales, provocan una obsesión peligrosa, repercutiendo negativamente en sus sentimientos y comportamientos, lo que provoca el deterioro de la relación.
Los celos aceptables, no provocan un malestar psicológico y físico pronunciado, se pueden controlar y reconocer, y a través de una comunicación fluida con la pareja, pueden llegar a desaparecer, no ocasionando graves distorsiones en la relación. Pero como venimos manteniendo, es mejor no poseer este sentimiento ni cuando se considere aceptable (mejor no jugar con fuego).
Los celos infundados son los más peligrosos, puesto que provienen de ideas delirantes disruptivas, sin fundamento real alguno. Los celos fundados pueden ser admisibles puesto que el ser humano tiende a proteger lo que estima, y uno puede sentirse triste ante la visión de la futura perdida de la pareja a la que amamos, en manos de un tercero. La pérdida del ser amado nos produce un estado depresivo, pero siempre hay unos límites para que esta pérdida (o la imaginación de esta) no acabe afectándonos de manera patológica.
En definitiva, los celos pueden ser o no problemáticos, fundados o infundados, en todo caso debemos evitarlos a toda costa en nuestras relaciones amorosas, pues pueden acabar perjudicando la relación de una manera u otra. Los celos más problemáticos los hemos definido como celotipias, estos son celos patológicos que afectan de manera directa y toxica a la relación de pareja y a cada uno de los miembros de esta. Y recuerda: nadie nos pertenece.
El Diccionario de la Real Academia Española (1.984) define los celos como: “sospecha, inquietud y recelo de que la persona amada haya mudado su cariño o afición poniéndola en otra”.
La persona celosa padece un estado emotivo ansioso caracterizado por el miedo a perder lo que posee o que considera que posee. Por lo que el termino que domina la definición de celos es la necesidad de posesión, la creencia de que el otro nos pertenece y que por ello debemos mantenerlo unido a nosotros, pues su pérdida causa dolor.
Cuando los celos se vuelven patológicos hablamos de un estado de celotipia, este estado se puede definir como: “celos compulsivos, que se definen como aquellos celos que pueden llegar a causar problemas psicóticos y delirios. Es una enfermedad en la que la persona no se reconoce como enfermo” .
La existencia de este sentimiento o deseo de posesión en el ser humano conduce a que nos preguntemos si es aprendido o innato para nuestra especie.
Existe una controversia en el mundo científico sobre si el sentimiento de celos es innato o aprendido. Para algunos autores dentro de la Psicología Evolutiva, los celos tienen una función particular y universal en la historia evolutiva humana, pues promueven la monogamia y la fidelidad, ya que sirven para garantizar la permanencia de la pareja dentro de la relación, protegiendo esta de potenciales intrusos. Para los hombres la existencia del sentimiento de celos proviene de su afán por asegurarse que la descendencia es suya, que él es el padre verdadero de los vástagos nacientes y utilizaban la vigilancia activa y la coerción agresiva como método disuasorio ante un posible adulterio de la amada. Las mujeres utilizaban los celos para asegurarse los recursos económicos y paternales del marido. Autores como Linton aseguran que el sentimiento de los celos es universal e innato, puesto que como él mismo indica, hay poblaciones donde se concibe una total libertad sexual y esta se ve deteriorada cuando los hombres de dicha población consumen alcohol, volviéndose celosos y agresivos, pues su control voluntario a causa del alcohol esta inhibido. Sin embargo otros psicólogos como Klineberg, señalan que estos sentimientos son de origen cultural, pues el adulterio solo provoca reacciones celosas en la medida en la que afecta a la dignidad, prestigio y honor.
Posiblemente esta dicotomía entre lo innato y cultural, no sea tal y lo que realmente pueda pasar es que ambas interaccionen y que los celos sean tanto culturales (su forma de manifestarse) como biológicos (la manifestación de celos como tal).
Otra controversia científica acerca de los celos es si estos pueden ser positivos o no para la relación. Para algunos autores, una pizca de celos puede incentivar a la relación, haciendo que ambos amados se preocupen de nuevo por esta, reavivando la chispa, pues los celos controlados pueden ser estimulantes, reavivando la pasión y manteniendo el compromiso amoroso, siempre que estos celos no sean patológicos (celotipia), pues dependerá de la intensidad o el grado de malestar que surja en la pareja. Para otros autores, lo ideal es que siempre que sea posible debamos eludir los estados celosos, pues el amor nunca ha de ser un proceso de sufrimiento, siguiendo a la falacia del amor es sufrido.
Nuestra concepción de celos parte de esta segunda visión, siempre que podamos intentemos evitar los celos por muy insignificantes que puedan parecernos, pues se puede correr el riesgo de acabar sembrado tempestades con un simple soplo. A nuestro entender las parejas emocionalmente maduras, no necesitan los celos como incentivador amoroso, ya que poseen otros mecanismos para mantener la pasión avivada. Los celos siempre son negativos aunque puedan llegar a ser comprensibles, sobre todo ante evidencias que muestran un peligro real de abandono.
Podemos establecer por ello dos tipos de celos: por causas reales o infundados (imaginados, sin base real). Según J. M. Antón: “Cuando la presencia es real se habla de celos provocados por la infidelidad de alguno de los miembros de la pareja. Estos celos tienen una “validación objetiva”. Son comprensibles, aceptados y de sentido común dentro de los parámetros socioculturales en los cuales nos desenvolvemos, independientemente de su intensidad. Pero los celos en las relaciones de pareja pueden aparecer cuando, como dice Pittman (1.994):”desde un punto de vista técnico no hay infidelidad alguna” (pag. 73). La infidelidad es un hecho, los celos un sentimiento”. Por lo que los celos reales pueden ser concebidos como sentimientos normales y necesarios, pues sirven para regular la distancia y la intimidad en la pareja. Los celos no reales o disfuncionales son celos intensos que aparecen en ausencia de una infidelidad real, intoxicando la relación.
Sin embargo si partimos de la idea de que los celos son una manifestación de un deseo de pertenencia profundo,"el otro nos pertenece", cualquier manifestación de este estado es negativa, pues nadie nos pertenece y debemos entender que el otro puede cambiar su agente de apego, teniendo en cuenta, en todo caso, que reconocer esto y aceptar la conducta del otro, no es un proceso fácil.
Incluso podemos hablar de celos aceptables o patológicos, dependiendo de cómo afecten estos a la persona y a la relación. Los celos pueden ser de una u otra manera dependiendo del tipo y grado de nuestra reacción ante ese sentimiento. Los celos patológicos o celotipia se pueden considerar una enfermedad, porque siendo infundados o reales, provocan una obsesión peligrosa, repercutiendo negativamente en sus sentimientos y comportamientos, lo que provoca el deterioro de la relación.
Los celos aceptables, no provocan un malestar psicológico y físico pronunciado, se pueden controlar y reconocer, y a través de una comunicación fluida con la pareja, pueden llegar a desaparecer, no ocasionando graves distorsiones en la relación. Pero como venimos manteniendo, es mejor no poseer este sentimiento ni cuando se considere aceptable (mejor no jugar con fuego).
Los celos infundados son los más peligrosos, puesto que provienen de ideas delirantes disruptivas, sin fundamento real alguno. Los celos fundados pueden ser admisibles puesto que el ser humano tiende a proteger lo que estima, y uno puede sentirse triste ante la visión de la futura perdida de la pareja a la que amamos, en manos de un tercero. La pérdida del ser amado nos produce un estado depresivo, pero siempre hay unos límites para que esta pérdida (o la imaginación de esta) no acabe afectándonos de manera patológica.
En definitiva, los celos pueden ser o no problemáticos, fundados o infundados, en todo caso debemos evitarlos a toda costa en nuestras relaciones amorosas, pues pueden acabar perjudicando la relación de una manera u otra. Los celos más problemáticos los hemos definido como celotipias, estos son celos patológicos que afectan de manera directa y toxica a la relación de pareja y a cada uno de los miembros de esta. Y recuerda: nadie nos pertenece.
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