Podemos definir al sentimiento de culpa como una emoción
no agradable que todos los seres humanos pueden experimentar y que sirve para guiar
nuestra conducta, controlando nuestros impulsos, existiendo dos vertientes, el
sentimiento de culpa real, que aparece ante un hecho objetivo o el sentimiento
de culpa infundado, cuando la culpa no está justificada; el primer proceso se
considera normal y el segundo puede llegar a ser patológico.
Por lo que nos encontramos ante dos tipos de
sentimientos de culpa, reales o infundados:
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Sentimientos
de culpa reales
Ante un hecho objetivo rechazable ética y moralmente
una persona puede albergar un sentimiento de culpa normal, seguido de
arrepentimiento. Hay una causa real que justifica que nos sintamos mal y
culpables. A este tipo de culpa la psicóloga Laura Rojas-Marcos lo denomina: “La culpa real”. Para ella: “La culpa real se encuentra en nuestra conciencia de forma que, cuando obramos mal, ésta nos indica qué
hemos hecho mal”. Este sentimiento
sirve pues para hacernos rectificar sobre nuestro error, nos abre el camino
hacia la empatía, pedimos perdón y nos redimimos. Cuando el sentimiento de culpa
es real y somos capaces de pedir perdón por nuestro fallo al ser perdonados este
sentimiento suele abandonarnos y entonces podemos volver a la normalidad, al equilibrio
y la homeostasis interna.
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Sentimientos de culpa infundados.
Cuando no hay una causa objetiva ni real de nuestro
sentimiento de culpa, este se denomina infundado. Para el escritor y
colaborador de la página web Suite 101, Joan Montane
Lozoya: “hay personas que viven constantemente
acompañadas de un sentimiento de culpa; un sentimiento limitador y autodestructivo
que no obedece a ninguna causa concreta, o al menos a ninguna causa reconocible
en primera instancia”. Este sentimiento de culpa castiga continuamente a la
persona que lo padece, haciéndole caer en una más que probable depresión y
angustia existencial. Por su parte Rojas-Marcos
le da el nombre de “La culpa falsa” a
este sentimiento infundado, para ella: “La
culpa falsa está fundamentada en hechos de los que no somos responsables, pero aun así nos
otorgamos el sentimiento de culpa como si lo fuéramos. Nos culpamos de algo
que no nos corresponde”. Para esta
autora hay dos orígenes más que plausibles para la aparición de esta culpa
falsa, uno de ellos proviene de la infancia, al vivir el niño en un estado de
represión y rigidez donde era castigado por infracciones leves e incluso
inexistentes y por otro lado la percepción negativa de uno mismo, como indica: “No olvidemos que la autoestima se puede ver afectada de forma negativa cuando uno siente
una falta de control sobre la propia vida al asumir responsabilidad por cosas
de las que no se es responsable”.
Así
pues parece que los seres humanos podemos albergar estos dos tipos de
sentimientos de culpa, pero ¿Cuál puede ser el origen de tales sentimientos? La
gran mayoría de expertos en esta materia, sitúa a la infancia como lugar clave
donde pueden alojarse los primeros indicios de sentimientos de culpa que
mantiene una persona sobre todo cuando estos son infundados. Si el niño convivía
con familiares e incluso profesores con un carácter muy rígido que le hacían sentir
culpable por toda conducta ya fuera esta apropiada o inapropiada, puede que al
final este niño acabara sintiéndose culpable por todos sus actos a modo de
indefensión aprendida (haga lo que haga soy culpable de lo que ocurre a mi
alrededor). Para Montane Lozoya: “Cuando se culpabiliza a un menor y no se
fomenta su autoestima, se está transmitiendo un mensaje altamente negativo que,
sin duda, va a repercutir en su etapa adulta”. Así pues parece que los
aprendizajes y traumas surgidos en la edad temprana pueden repercutir en la
vida adulta haciendo sentir culpable al individuo de todo lo que ocurre a su alrededor
aunque él no sea participe de los hechos. Por ejemplo ante discusiones
constantes o a causa de una persona maltratadora en el ambiente familiar, el
niño puede sentirse culpable de las amenazas, castigos y violencia que este
individuo ejerce adquiriendo el infante una culpa que no le pertenece.
Por
lo que el ambiente puede condicionar a que una persona padezca sentimientos de
culpa, pero también puede subyacer algún tipo de predisposición genética a este
sentimiento, es decir esta predisposición al sentimiento de culpa puede
activarse o no según las circunstancias que viva el sujeto, por ejemplo si vive
en este tipo de familia intolerante, puede hacer que surja el sentimiento de
culpa, en contraposición, otros individuos ante esta tipo de convivencia puede
que nunca alberguen sentimientos de culpa infundados. Para Rojas-Marcos: “Algunos
expertos la describen como el guardián de la conducta y la consideran una
emoción universal e innata del ser humano. Otros opinan que forma parte del aprendizaje y el
desarrollo persona”. Desde nuestra perspectiva tanto la genética como el ambiente son
corresponsables de la aparición de este sentimiento infundado negativo, como
bien indica la epigenética, definida esta por Goleman como: “el estudio del
modo en que nuestras experiencias determinan el modo en que operan nuestros
genes sin cambiar, por ello, ni un ápice la secuencia de ADN”.
Por
otro lado hay un tipo de trastorno de personalidad, llamado trastorno de personalidad por dependencia
que engloba a los sujetos temerosos, estos no toleran la soledad, ni el
sentimiento de abandono, tienen muy baja
autoestima y presentan depresión y también, en el caso que nos ocupa sentimientos
de culpa constantes.
La baja autoestima va unida al sentimiento de culpa,
por lo que el sujeto tiene un miedo constante al abandono y al rechazo. Para Joan Montane: “Al no considerarse merecedor del amor termina por encerrarse cada vez
más en sí mismo, culpabilizándose y buscando una liberación imposible a través
de un perpetuo autorreproche, que no hace sino que aumentar la sensación de
culpa y desvalorización”.
Por
otro lado hay personas que se han asentado en un estilo de vida donde la culpa
les domina, esta se ha convertido en su forma de vida, para Rojas-Marcos son personas: “que crecieron en un entorno donde la culpa prevalecía por encima de todo y
aprendieron que el bienestar de los
demás es más importante que el de uno mismo sienten un profundo sentimiento de
culpa en el momento en el que se ven felices y agraciadas. En estos casos la
culpa es como una red que las atrapa y
las priva de todo sentimiento de felicidad. Hay infinitas razones por las que a
veces nos sentimos culpables”
En
definitiva tanto la baja autoestima, los sucesos de la infancia y el entorno y
la predisposición genética a padecer un semiento de culpa infundado son los
elementos más plausibles que condicionan a un sujeto a sufrir este sentimiento negativo.
Las
consecuencias funestas de esta culpa son un sentimiento de inferioridad, incapacitando
al sujeto a mantener cualquier tipo de criterio objetivo. El sentimiento de
culpa puede llegar a ser incluso patológico, pues como afirma Montane: “La ausencia de una correcta autovaloración, junto a la incapacidad
asertiva necesaria para afrontar esas situaciones del modo más apropiado, puede
inducir a la persona a creerse realmente que merece lo que le está ocurriendo”.
El sujeto queda desprovisto de toda racionalidad, no puede afrontar los
hechos de la manera correcta y adaptada con lo que puede caer en una gran
depresión y con sentimientos de ineficacia. Al final el sujeto acaba padeciendo
problemas físicos y emocionales.
Por otro lado, los expertos establecen otros dos tipos de
sentimientos de culpa (a los ya vistos: reales o infundados), estos son:
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Sentirse culpable de todo lo que ocurre a su
alrededor
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Echar la culpa a los demás de todos los males del
individuo.
Y estas dos manifestaciones tienen relación directa
con el locus de control y los estilos atribucionales.
Por locus de control entendemos el grado en
el que los resultados de los acontecimientos vividos son debidos a causas internas,
el sujeto cree que es su propio comportamiento es el que provoca el suceso, o
externas, es el azar o los demás los que provocan los hechos. Por ello se
establecen dos tipos de locus de control: interno y externo.
El locus de control interno se caracteriza
porque el sujeto percibe que los eventos ocurren principalmente como
consecuencia de sus propias acciones. El sujeto se cree responsable de sus
actos.
El locus de control externo se manifiesta
cuando la persona percibe que los hechos ocurren como resultado del azar, la
suerte o a causa de los comportamientos de los demás. La persona que posee este
tipo de locus de control, cree que su desempeño no es influyente en los
resultados de los hechos, por lo que atribuye los meritos y responsabilidades a
los demás.
Por lo que podemos encontrar dos tipos de estilos
de atribuciones sobre los hechos acontecidos:
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Estilo
explicativo negativo, pesimista o insidioso de Seligman: donde el
sujeto explica las circunstancias negativas debidas a causas internas, estables
y globales. Provocando un sentimiento de culpa hacia sí mismo, pues cree que es
el culpable de todo lo que ocurre a su alrededor, sin tener en cuenta otros
factores plausibles como el azar. Este es el tipo de personas que mantendrá un
sentimiento de culpa que puede provocar incluso estados depresivos, como
indican y descubrieron Pilar Sanjuán y Alejandro Magallares miembros de la Universidad
Nacional de Educación a Distancia (UNED): “la persona que explicó su fracaso
debido a su torpeza, se sentirá más desanimada o incluso triste que la que
consideró que el problema se debía a la mala suerte”.
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Estilo
explicativo autoensalzante o positivo: explicación de los sucesos
negativos debido a causas externas, inestables y específicas. Cuando algo sale
bien este tipo de persona se atribuye a si mismo los logros, pero si sale mal,
lo atribuye a causas externas, los demás son los que fallan y el sujeto nunca
tiene la culpa. Este tipo de personas echa la culpa a los demás de todos los
males acontecidos. Al individuo le sirve para proteger su autoestima, pero a
cambio puede alejarse de la realidad, siendo un proceso muy poco adaptativo,
pues la persona nunca se responsabiliza de sus actos y no puede crecer y
aprender.
Las personas que sufren de sentimientos de culpa poseen
un estilo atribucional negativo, pues creen que todo lo que hacen mal es culpa
tan solo de ellos y todo lo bueno que les ocurre es debido al azar. Cambiar
este estilo atribucional es básico para adaptar a estas personas a la realidad
y transformar su estado negativo en uno positivo y saludable.
Por otro lado, ciertas personas pueden albergar
sentimientos de culpa inconscientes a los que no pueden atribuir causa concreta
como afirma Freud: “En muchos
criminales, sobre todo en los jóvenes, hemos descubierto un intenso sentimiento
de culpabilidad, que existía ya antes de la comisión del delirio, y no era, por
tanto, una consecuencia del mismo, sino su motivo, como si para el sujeto
hubiera constituido un alivio poder enlazar dicho sentimiento inconsciente de
culpabilidad con algo real y actual”. Por lo que una persona que posee un
sentimiento de culpa no especificado, pues no sabe la causa real de este, puede
buscar argumentos externos que justifiquen tal estado mental, por ejemplo
pensemos en una relación de pareja, uno de los miembros de esta, puede tener
sentimientos de culpa sin causa aparente y para dar sentido a estos
sentimientos, puede acometer alguna infracción contra su amado para justificar
tal culpabilidad, por ejemplo enfadarse con él, buscar alguna pelea absurda o
incluso serle infiel.
Así pues ¿qué correspondencia podemos encontrar entre
los sentimientos de culpa y los conflictos en las relaciones de pareja?
En primer lugar, cualquier discusión que surja en
una relación de pareja, en la cual haya un miembro que posea ciertas tendencias
al sentimiento de culpa negativo e infundado, atraerá así toda la responsabilidad
de dicha discusión creyendo que es él, el culpable absoluto del conflicto, promoviéndose
a sí mismo un estado físico y psicológico insano y perturbado, con problemas psicosomáticos,
depresión y angustia crónica. Y ninguna relación que se precie como sana puede
provocar estos síntomas en uno o en ambos miembros de la pareja. Al final el
estado de la relación se resentirá y es más que probable que esta sucumba. Por
ello es importante acudir a un especialista cuando uno de los miembros carga
con toda la responsabilidad de cada discusión, ya que se hace responsable en
gran medida por su tendencia al sentimiento de auto-culpabilidad que alberga.
En segundo lugar y como proponía Freud, a
veces este sentimiento de culpa puede estar oculto de forma inconsciente,
provocando que la persona que lo aloja no sepa que le pasa y para dar sentido a
su estado puede cometer ciertas imprudencias en cuanto a su relación de pareja,
siendo por ejemplo infiel, provocando discusiones y/o diversos altercados que
minan la relación de forma traumáticamente perjudicial, con la finalidad de dar sentido a su sentimiento de culpa inespecífico.
En definitiva los sentimientos de culpa infundados o injustificados (ya que la culpa no es enteramente suya) pueden repercutir negativamente en el matrimonio o la relación de pareja, cargando
uno de los miembros con toda la responsabilidad ante cualquier discusión o
promoviendo altercados para dar sentido a estos sentimientos de culpa inconscientes.
Por lo que debemos de tratar estos sentimientos de forma profesional si
comprobamos que nuestra relación se está resintiendo de sobremanera.
Bibliografía:
El sentimiento de culpa,
disponible en: http://www.inteligencia-emocional.org/cursos-gratis/como-tratar-personas-dificiles/el_sentimiento_de_culpa.htm
La ideas de Joan Montane Lozoya,
disponible en: http://suite101.net/article/sentimiento-de-culpa-definicion-sintomas-concepto-significado-a24570
Estilos explicativos y
estrategias de afronatmiento, disponible en: http://redalyc.uaemex.mx/redalyc/pdf/1806/180613874006.pdf,
Estilo atribucional
negativo, depresión y salud de Pilar Sanjuán y Alejandro Magallanes, disponible en http://www.infocop.es/view_article.asp?id=1296
Rojas-Marcos,
L.
(2010). El sentimiento de culpa. Punto de Lectura.
Freud, S. (1983). El yo y el ello. Barcelona: Ediciones Orbis.
Freud, S. (1983). El yo y el ello. Barcelona: Ediciones Orbis.
Goleman, D. (2006). Inteligencia social.
Barcelona: Kairós.
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