Cuidar y ser cuidados, es una
necesidad convertida en costumbre para el ser humano, desde que nacemos. Los
neonatos son seres completamente indefensos que necesitan de un sistema de vinculación sustentado,
evolutiva, fisiológica, cultural y socialmente, con el objetivo de promover el
cuidado, afecto y atención necesarios para que los recién nacidos tengan
cubiertas sus necesidades vitales y afectivas.
Esta vinculación nace desde la asimetría, damos todo al recién nacido
sin esperar nada a cambio, bueno, hay que apostillar que, la sonrisa del bebé
que mira a la madre/padre, le obnubila y llena de júbilo, siendo un gran
reforzador del vinculo. Nacemos con la necesidad de vincularnos, pero ¿llegamos a perder esta necesidad en algún
momento de nuestra existencia?
Somos seres sociales, tan
sociales, que si estuviéramos solos en el mundo, a nuestro cerebro le
resultaría muy difícil seguir configurado en el modo cordura. Las personas con
necesidades afectivas, que tienen poco contacto con otras personas, desarrollan
la costumbre de hablar en voz alta para sí mismas, posiblemente para seguir estimulando
el cerebro, pues necesitamos continuos estímulos para no caer en la enajenación. Somos sociales por placer y por pura
necesidad.
Dejada atrás la niñez, parece que
uno de los grandes esfuerzos mentales de los recién llegados a la pubertad, es
buscar pareja. Encontrar un vínculo especial, que les ayude a expresar sus
emociones, sentimientos, a reafirmar su autoestima. Un lazo exclusivo que les introduzca en el mundo del amor y del
cuidado del otro. Parece que seguimos
necesitando una vinculación concreta con otro ser humano. Y para que esta
vinculación tenga consistencia ha de apoyarse en lo que conocemos como sistema de cuidados de la pareja.
Entendemos por sistema de cuidados de la pareja al conjunto
de comportamientos que promueven el cuidado, protección y demostraciones de
afecto para que nuestra pareja sienta bienestar a nuestro lado. Ambos miembros
de una pareja están atentos, cuidan y
manifiestan sus sentimientos, de tal modo que se produce un mutuo bienestar, procurando
que la relación sea equitativa y justa, evitando la explotación del otro, la
violencia y cualquier tipo de agresión. Por desgracia, como bien sabemos, no en
todas las relaciones de pareja aparece este sistema de cuidados (violencia de género, maltrato psicológico y
físico, indiferencia ante los problemas del otro, odio…) siendo una ausencia
grave en las relaciones tóxicas asimétricas.
Cada pareja establece el grado de simetría afectiva que desea,
puede que un miembro de la pareja desee dar mucho pero se contenta con recibir
poco o que ambos deseen dar mucho y recibir mucho, etc. Estos vínculos son
respetables siempre que cada miembro sienta que no se están violando sus
derechos humanos y sexuales, pues en el caso de sentirse agraviado, violado o
en inferioridad, automáticamente, deben de reajustar su manera de comunicarse
para alcanzar de nuevo la equidad deseada (equidad que puede ser real o
percibida subjetivamente). Preferimos, en este caso, hablar de equidad y no de
igualdad, pues esta refleja lo que cada parte de la pareja necesita del otro,
siendo en algunos casos, necesidades no igualitarias.
Parece claro pues, que seguimos
queriendo vincularnos a otro ser humano durante toda la vida. Sin embargo,
otros autores, se resisten a este hecho. Parten de la hipótesis de que el apego
o la necesidad de vinculación, es una necesidad
que nace desde el egoísmo, provocando que veamos al otro, no como un ser
humano libre, sino como un objeto a amar, una posesión. Argumentan que para
amar de verdad debemos separarnos y superar la necesidad de vinculación
queriendo al otro desde la más pura e inmensa libertad. No hay un vínculo de
apego que les une, están con el otro,
por encima y a pesar de la necesidad humana de apego. Para amar, hay que despojarse de la necesidad de poseer al otro. Sin
un vínculo de apego se consigue un amor más puro y real. Es un enlace más
espiritual que material “yo soy libre, tu
eres libre”. Desde esta visión, el apego viene diseñado como un sistema egoísta
de vinculación, que se nutre de la necesidad de necesitar al otro para
sobrevivir, para ser feliz, perdiendo la autonomía y la capacidad de ser
independiente tanto afectiva como físicamente. Nos invitan a que aprendamos a desapegarnos, a perder los vínculos con
las cosas materiales que nos atrapan, pues en este caso, utilizamos al otro
como un bien material más y no como un ser humano libre e independiente. Un
pensamiento o corriente, posiblemente,
más utópica que real.
Quizás lo más sensato es estar en
un punto medio, lo que podríamos llamar como interdependencia afectiva. En la cual existe el sistema de cuidados de la pareja, pero
no se pierden en él. Cada miembro mantiene otras actividades y afectos que
cubren sus necesidades, separados de la pareja. La pareja no lo es todo,
mantenemos vínculos afectivos con amigos, familiares, vecinos, que también refuerzan
nuestras ganas de comunicarnos y vincularnos. Tenemos hobbies, trabajos, otros
quehaceres que podemos llevar a cabo sin la necesidad constante de ir en
pareja. Conseguimos una balanza entre
nuestra independencia y la necesidad de vinculación especial o concreta con
otro ser humano. Damos amor, recibimos amor, dejamos espacio, nos otorgamos
espacio. Convivimos con el otro sin perdernos a nosotros mismos y sin que el
otro se pierda en nosotros.
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