domingo, 27 de diciembre de 2015

La competencia sexual masculina: la promesa continuamente incumplida.

El hombre que solo goza de su miembro viril en el acto sexual, está destinado al continuo fracaso de una esperanza que nunca llega: el débil clímax de su orgasmo. El orgasmo basado en el pene, es una suerte inconclusa que le deja desesperanzado, abandonado y semifrustrado.


Antoni Bolinches en su ponencia “la competencia sexual como fuente de autoafirmación” efectuada en Málaga (2015), en las IV JORNADAS DEACTUALIZACION EN SEXOLOGÍA, exponía que la competencia sexual es la capacidad de disfrutar y de dar disfrute al otro/a, siendo está capacidad la que más tarda en desarrollarse en el ser humano pues necesitamos experiencia, una cantidad suficiente de encuentros eróticos con un balance positivo para que esta nos reporte una autoafirmación equilibrada. Pero ¿qué ocurre si el hombre basa su competencia sexual tan solo en la virilidad de su miembro fálico?

El mismo autor, expone que para que se produzca satisfacción sexual debe haber un equilibrio entre la inversión energética y el disfrute alcanzado. Es decir, si los movimientos sexuales, con el gasto energético que conllevan, comienzan a superar la sensación de disfrute, la excitación sexual empieza a declinar, pues el esfuerzo es superior al goce. Cuando el acto se vuelve mecánico pierde su potencial erótico y se convierte en mero ejercicio físico, basado en la musculatura eréctil del pene, reforzado todo este proceso por la creencia errónea (mito sexual) de que el hombre es más macho cuanto más dura la relación sexual, cueste esta lo que cueste y a expensas del propio placer erótico. Entonces, la mecánica supera a la imaginación y la promesa de la explosión orgásmica se difumina, se pierde dentro del mismo funcionamiento; el “fin último” llega desposeído de energía erótica; es un balón desinflado que no da más juego del que prometía. Cuando la meta no es el orgasmo sino el goce del roce del cuerpo bañado en la imaginación de dos seres que juegan, la mecánica se desvanece, el pene pierde su papel protagonista y puede surgir el estallido anhelado.


Como afirma José Antonio Marina en su libro El rompecabezas de la sexualidad”:

“La relación sexual para el hombre es la historia siempre dramática de un ser que quiere gozar del cuerpo de una mujer y acaba invariablemente por gozar de sus propios órganos. Y lo menos que puede decirse del placer masculino es que es breve y débil. La eyaculación es una promesa incapaz de ser mantenida; el hombre tiene la impresión de que alzará el vuelo y estallará, pero se desploma, se derrumba, se ahoga (…) En relación a lo que esperaba, no es eso, la crisis más intensa y al mismo tiempo más insignificante, fácil de obtener, rápida de satisfacer, pobre en sensaciones”.

 El hombre busca sexualidad, pero corre el riesgo de encontrar desilusión. Ha de cambiar el mapa de sus prioridades y empezar a dar sentido a todo su cuerpo. No es una máquina de provocar goce, no es un esclavo de la erección, es un ser con miles de milímetros de piel por recorrer y recorrerse.

Cuando solo tiene en cuenta una parte de su cuerpo, el orgasmo es menos orgasmo y la fantasía una falacia. Mira con encanto y a la vez con sorpresa y estupor la fuerza orgásmica de su compañera, la duración efímera y a veces banal de su propio clímax, le hace envidiar el estallido fulminante de ella, que en comparación, parece eterno y continuo. El suyo no es más que un leve espasmo débil. La diferencia es abismal si solo tiene en cuenta un órgano con capacidad eréctil y olvida el conjunto de piel que le envuelve. Cuando sea capaz de pasar de la mecánica a la erótica, dejará de envidiar lo que aun no es capaz de conquistar: su propia sexualidad. 

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