El hombre que solo goza de su
miembro viril en el acto sexual, está destinado al continuo fracaso de una
esperanza que nunca llega: el débil clímax
de su orgasmo. El orgasmo basado en el pene, es una suerte inconclusa que le
deja desesperanzado, abandonado y semifrustrado.
Antoni Bolinches en su ponencia “la
competencia sexual como fuente de autoafirmación” efectuada en Málaga
(2015), en las IV JORNADAS DEACTUALIZACION EN SEXOLOGÍA, exponía que la competencia sexual es la capacidad de disfrutar y de dar disfrute
al otro/a, siendo está capacidad la que más tarda en desarrollarse en el ser
humano pues necesitamos experiencia, una cantidad suficiente de encuentros
eróticos con un balance positivo para que esta nos reporte una autoafirmación
equilibrada. Pero ¿qué ocurre si el
hombre basa su competencia sexual tan solo en la virilidad de su miembro
fálico?
El mismo autor, expone que para
que se produzca satisfacción sexual
debe haber un equilibrio entre la
inversión energética y el disfrute alcanzado. Es decir, si los movimientos
sexuales, con el gasto energético que conllevan, comienzan a superar la
sensación de disfrute, la excitación sexual empieza a declinar, pues el esfuerzo es superior al goce. Cuando
el acto se vuelve mecánico pierde su potencial erótico y se convierte en mero
ejercicio físico, basado en la musculatura eréctil del pene, reforzado todo
este proceso por la creencia errónea
(mito sexual) de que el hombre es más macho cuanto más dura la relación sexual,
cueste esta lo que cueste y a expensas del propio placer erótico. Entonces, la
mecánica supera a la imaginación y la promesa de la explosión orgásmica se
difumina, se pierde dentro del mismo funcionamiento; el “fin último” llega desposeído
de energía erótica; es un balón desinflado que no da más juego del que prometía.
Cuando la meta no es el orgasmo sino el
goce del roce del cuerpo bañado en la imaginación de dos seres que juegan, la
mecánica se desvanece, el pene pierde su papel protagonista y puede surgir el
estallido anhelado.
Como afirma José Antonio Marina en su libro “El rompecabezas de la sexualidad”:
“La relación sexual para el hombre es la historia siempre dramática de
un ser que quiere gozar del cuerpo de una mujer y acaba invariablemente por
gozar de sus propios órganos. Y lo menos que puede decirse del placer masculino
es que es breve y débil. La eyaculación es una promesa incapaz de ser
mantenida; el hombre tiene la impresión de que alzará el vuelo y estallará,
pero se desploma, se derrumba, se ahoga (…) En relación a lo que esperaba, no
es eso, la crisis más intensa y al mismo tiempo más insignificante, fácil de
obtener, rápida de satisfacer, pobre en sensaciones”.
El hombre busca sexualidad, pero
corre el riesgo de encontrar desilusión. Ha de cambiar el mapa de sus
prioridades y empezar a dar sentido a todo su cuerpo. No es una máquina de
provocar goce, no es un esclavo de la erección, es un ser con miles de milímetros de piel por recorrer y recorrerse.
Cuando solo tiene en cuenta una
parte de su cuerpo, el orgasmo es menos
orgasmo y la fantasía una falacia. Mira con encanto y a la vez con sorpresa
y estupor la fuerza orgásmica de su compañera, la duración efímera y a veces
banal de su propio clímax, le hace envidiar el estallido fulminante de ella,
que en comparación, parece eterno y continuo. El suyo no es más que un leve espasmo débil. La diferencia es
abismal si solo tiene en cuenta un órgano con capacidad eréctil y olvida el
conjunto de piel que le envuelve. Cuando
sea capaz de pasar de la mecánica a la erótica, dejará de envidiar lo que aun
no es capaz de conquistar: su propia sexualidad.
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