Las relaciones de pareja, tal y
como las concebimos en la actualidad, son un hecho muy reciente. Apenas hemos
comenzado a entenderlas y muchos son los tropiezos, sinsabores y contriciones
en los que nos vemos abocados a vivir, pues aun no comprendemos como manejarnos
con el otro, desde el nosotros.
La concepción de relación de
pareja del siglo XXI, basa su premisa esencial, en dos conceptos: el sentimiento de amor hacia el otro y la
libre elección. No concebimos mantener una relación interpersonal que se
asiente en la coacción. Nadie nos impone con quien debemos relacionarnos, ni
mucho menos anidarnos eróticamente. Hoy,
sin amor y sin libre elección, no hay vínculo aceptable.
El comienzo de este cambio, en lo
referente a las relaciones de pareja, surgió en la época del renacimiento (XV-XVI). Este movimiento
cultural apostaba por la búsqueda y defensa de la felicidad individual. Entre
esta felicidad, se encontraba, la libre
elección de pareja, animándonos a encontrar, aquella que nos hiciera más
feliz, desde la atracción erótica y no desde la elección impuesta por el clan
familiar.
Con la llegada del capitalismo moderno, se entiende el
matrimonio por amor como un derecho humano de mutua libre elección, basado pues,
en el sentimiento amoroso. Así es como hoy entendemos las relaciones de pareja.
A estos cambios históricos hemos
de añadirle tres hitos, que repercuten en la independencia y empoderamiento
femenino: la búsqueda de la igualdad entre
hombres y mujeres, la aparición de la
píldora anticonceptiva y el asentamiento del divorcio como mecanismo para
la disolución del matrimonio.
Con el auge del feminismo (finales del siglo XIX)
hombres y mujeres empiezan a considerarse iguales. Seres humanos bajo las
mismas condiciones y estatus. En lo que respecta a las relaciones de pareja, si
estas están basadas en el amor mutuo y la libre elección, han de tener una
premisa obligada: ninguno de los dos
miembros debe ser superior al otro, puesto que el amor ha de basarse en la
simetría. Si uno de los miembros de la pareja se cree superior, la relación
como tal deja de ser simétrica, convirtiéndose en tóxica. Desde la nueva
perspectiva tanto renacentista como feminista, una relación no puede basarse en la asimetría de poder adquirida unilateralmente
por uno de sus miembros.
La píldora anticonceptiva (1960), ha sido el otro gran hito para el
empoderamiento femenino. La década de los 60, fue un tiempo histórico para la
concepción moderna de las relaciones de pareja, pues gracias a la píldora, las
mujeres eligen cuándo y cómo mantener relaciones eróticas, basadas en funciones
diferentes a la mera reproducción. La sexualidad se libera del reduccionismo
reproductivo y se abre el camino al placer.
El nuevo concepto de relación de pareja basado en la atracción, libertad y
consentimiento mutuo, comienza su andadura hasta nuestros días.
El divorcio (1981 en España) propició entender las relaciones desde
la disolubilidad del matrimonio. Ya no estamos obligados a permanecer unidos
hasta el día de nuestra muerte, pudiendo elegir la separación y/o el divorcio
respectivamente.
Hoy nos encontramos con este tipo
de relaciones. Nuevas, esperanzadoras, y más que presumiblemente necesarias,
con respecto a la arcaica historia de la humanidad, pero también por ello, en
ocasiones, tambaleantes y difusas, pues no son pocos los nuevos conflictos y
sinsabores que se originan desde la perspectiva del amor romántico.
Aun así, hemos logrado alcanzar
la libertad de elección, la posibilidad de separarnos de las personas que no
nos hacen bien, de mantener relaciones eróticas basadas en algo más allá de la
reproducción, de la simetría de poder en las relaciones de pareja. Una gran
revolución, que debe seguir manteniéndose, por la que merece la pena luchar.
Por este motivo, debemos tener en cuenta un tipo de relación que acontece en la
actualidad, provisto de pros y contras,
las cuales pasaremos a desgranar: las
relaciones basadas en la monogamia serial o sucesiva.
Con la suma de todos estos
momentos históricos e hitos, nace un tipo de relación de pareja (entre otros, que no son objeto de este artículo) que se asienta
en la mutua fidelidad, mientras dure el sentimiento de pasión y las ganas de
intimidad. Mientras persista el enamoramiento. La idea central de la monogamia
serial podría describirse como: “Estoy
contigo mientras sienta esa chispa, cuando esta se difumine, dejo la relación y
cambio de pareja”. Por lo que podemos definir monogamia serial como aquella relación que se basa en la pasión y
la intimidad inicial (amor romántico para los autores anglosajones) y una vez
acabada o mermada esta pasión, el miembro de la pareja decide abandonar y
buscar otra nueva relación.
La fase pasional, es en la que se
basan estas nuevas parejas, cuando el enamoramiento decrece, decrece con él, el
interés en mantener la relación. Es la
búsqueda del placer pasional sobre la gratificación a largo plazo, del
sentimiento de unión y compromiso con el otro.
Como Martin Seligman (2011) en su libro “La autentica felicidad”, diferencia entre placer y gratificación, así mismo podemos hacer nosotros en lo
relativo a las relaciones de pareja. Para este autor, el placer es algo fácil de adquirir, no cuesta trabajo, produce un
efecto agradable inmediato y es breve en el tiempo. Por el contrario, las gratificaciones, a corta distancia
no producen un efecto agradable, son más costosas, requieren tiempo, esfuerzo y
necesitan de atención constante. A largo plazo, vivir tan solo del placer produce un vacío existencial,
pues no avanzamos, no maduramos, no adquirimos experiencias nuevas valiosas.
Sin embargo con las gratificaciones,
acabamos sintiéndonos bien con nosotros mismos, adquirimos nuevas competencias,
sentimos que crecemos. Hemos evolucionado. Un placer es deleitarse con una onza
de chocolate, algo efímero que se saborea por los sentidos, una gratificación
es aprobar unos estudios, después del esfuerzo que estos conllevan. Quedarnos
viendo la televisión, es un placer, salir a hacer deporte, una gratificación.
En cuanto a las relaciones de
pareja, un placer es obtener un
orgasmo, o vivir los inicios apasionantes, pues estos conllevan poco
sacrificio. Una gratificación, es
luchar por una relación que merece la pena, a pesar de las sucesivas crisis que
se irán atravesando (luchar siempre y cuando no estemos metidos en una relación
toxica o asimétrica).
Las personas que se nutren de
esta monogamia serial, viven el
presente, del placer que les producen esos inicios fulgurantes cargados de
pasión e intimidad, pero cuando esta se agota, termina con ellos el “falso
compromiso” que parecían estar adquiriendo junto al otro. Viven por y para las
experiencias placenteras iníciales, desilusionándose cuando la idealización comienza
a declinar. Y aunque cada uno es libre
de elegir el tipo de vida que desea llevar, parece que ciertas personas, acaban
acudiendo a terapia, pues este camino, les acaba conduciendo a un vacío existencial,
cegados en el placer, y yermos en
gratificaciones.
Por otra parte, la monogamia serial tiene algún pro
matizable. Este es: la idea de permanecer con una sola pareja, sin cometer
infidelidades explicitas, mientras se mantiene el vínculo. Podemos entender
esta, como más ética, que las relaciones que se basan en una aparente fidelidad
perenne e inmortal, pero que en realidad, andan preñadas de engaños, subterfugios
e hipocresía, y más si cabe, si estas infidelidades se llevan a cabo
unilateralmente, y una parte de la pareja, yace en el engaño y la falsa
creencia de vivir en una relación mutuamente comprometida y fiel. La monogamia
serial, al menos, promete fidelidad mientras permanezca la chispa. Es menos
hipócrita.
Sin embargo, para evitar, este
futuro sentimiento de vacío existencial, presumiblemente venidero, y para no ir
dejando continuos cadáveres humeantes de odio y desamor a ambos lados de
nuestra carrera amorosa, proponemos, el interesante concepto que Antoni Bolinches (2001), describe en su
libro “Sexo sabio. Cómo mantener el
interés sexual en la pareja estable”. Para este autor, la clave sería
abandonar la monogamia serial y abrazar la denominada “monogamia selectiva”. Bolinches la define como el tipo de
monogamia que “intenta seleccionar mejor
la idoneidad de sus componentes y está dispuesta a trabajar para acoplarse (…)
antes de caer en el recurso fácil de separarse (…) se plantee primero mejorar
la dinámica interna de la pareja”.
Esta monogamia selectiva se consigue en primer lugar, a través del
autoconocimiento y la aceptación de uno mismo. Si uno alcanza a comprender el
valor de su propio conocimiento, acepta sus virtudes y reconoce sus defectos,
sabe vivir en soledad, no necesita al otro para llenar su vida, sino que esta,
ya permanece completa, es en ese instante cuando uno puede seleccionar con mayor
idoneidad con qué tipo de pareja puede acoplarse afectiva y sexualmente de
manera positiva y no toxica.
La monogamia
selectiva implica la madurez y responsabilidad de escoger a una pareja, no
por la mera atracción sexual inicial, sino que va más allá de este aspecto
fugaz. Uno es responsable de la pareja
que escoge, de su propia capacidad de amar, de comprometerse y de
esforzarse por ir solventando los problemas por los que toda relación atraviesa,
sabiendo que el enamoramiento es solo una fase placentera del proceso hacia la
gratificación posterior, de lograr una unión con el otro, basada en el esfuerzo
mutuo, la comunicación fluida y las ganas de innovación moderada.
Hay muchas maneras de
relacionarse, de vivir en pareja, de entender el amor. En este artículo, solo deseamos esbozar una dicótoma, entre dos tipos de monogamia, para aquellas personas que desean vivir en ella. Sin animo de menospreciar otras formas de convivencia. Somos libres de ir buscando el camino que nos reporte la mayor
gratificación. Lo importante es, que en el transcurso de este camino, uno
no vaya dejando pedazos de sí mismo, avocándose al vacio interno. Vacio que
podemos evitar, conociéndonos mejor a
nosotros mismos, pues esta es la clave del amor saludable.
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