La OMS alertaba de una creciente infodemia desde el inicio del brote del coronavirus. Este término se utiliza para referirnos a la sobreabundancia de información falsa. Se caracteriza por su rápida propagación entre las personas y las redes sociales. Relacionado directamente con la infodemia, otro concepto empieza a hacerse viejo conocido entre nosotros, se trata del término fake news. Las fake news son un tipo de engaño o bulo con contenido pseudoperiodístico. Estas noticias falsas se difunden rápidamente a través de las redes sociales, blogs y otras plataformas. La cuestión que se hace evidente es ¿para qué sirven?
Su
primer objetivo es la desinformación para sacar rédito político y obtener
control social. Pero otros motivos, en este caso económicos, también pueden ser
relevantes en esta cuestión, pues las fake news sirven para obtener una renta
económica con el uso de lo que actualmente se conoce como clickbait, entendido
como cebo o anzuelo para alcanzar ingresos publicitarios si consiguen llamar
nuestra atención y con ello logran que hagamos click con el ratón para visitar
dicha pseudonoticia. La premisa es básica: cuanto
más viral se vuelve una noticia falsa, más dinero gana la persona que la ha
creado o que la está utilizando para tal fin.
Una
vez que entendemos que son las fake news y cuáles son sus posibles objetivos,
podríamos preguntarnos ¿cuál es el
alimento de estas noticias falsas? Son varios los factores que hacen que
estas pseudonoticias se propaguen con tanta facilidad, entre ellos destacaremos
los sociológicos, culturales y psicológicos. Veámoslos a continuación.
Factores culturales: Para algunos autores vivimos en la
era de la posmodernidad, esta se caracteriza por una relativización de la
verdad, donde las meras opiniones y creencias se sitúan a la altura del
conocimiento científico. Por ejemplo, circula por las redes sociales un meme en
el que se ve a dos sujetos uno enfrente del otro y en medio un número que,
según sea la perspectiva, puede observarse un 6 o un 9. La leyenda dice: solo porque tú tengas razón, no significa
que yo esté equivocado. Nos da a entender que ante una realidad es igual de
importante una opinión que otra, pues lo significativo es la perspectiva. Pero
la ciencia nos dice que ante esa circunstancia, hemos de reorientarnos,
informarnos, comprobar y refutar, pues puede que uno esté en lo cierto o más
próximo a la certeza que el otro. Relativizar el conocimiento nos conduce a un
callejón sin salida epistemológico, donde se acaba confundiendo doxa (mera
creencia) con episteme (conocimiento). El resultado de este relativismo es que
cualquier noticia puede ser entonces válida y acabar jugando con un “todo vale”
que invalida la acción, la cultura y el conocimiento.
Por
otro lado, nos invade una ola de populismo generalizado que promueve el uso de
las emociones para movilizar a las personas. Desde algunas corrientes
filosóficas se entiende el populismo como legítimo para hacer política. Sin
embargo, tiene sus limitaciones. Cuando la emoción se impone a la razón, nubla
nuestro juicio y podemos cometer actos irreflexivos. El populismo es una
tendencia política, que utiliza artimañas sofistas, donde no interesa
argumentar bien, sino de manera eficaz. Ser eficaz argumentando es mantenerse
sujeto a las contingencias de los contextos y auditorios concretos; en otras
palabras, si conoces a tu auditorio y sabes qué quieren escuchar, argumentar de
manera eficaz es decirles lo que quieren oír con independencia de la calidad de
los argumentos y el sustento empírico. Si, además, le añadimos contenidos
emotivos, música fervorosa, cánticos inspiradores y otros elementos
ornamentales y nos basamos en conseguir que el público sucumba a las emociones,
alejando cualquier postura crítica, tenemos el cóctel perfecto para penetrar en
las mentes ajenas con las palabras que deseaban escuchar como ciertas. En
definitiva, el populismo se basa en la manipulación a través del uso de las
emociones, intentándonos provocar miedo, rabia, indignación, según sea el
objetivo trazado para modificar nuestros esquemas cognitivos a su favor. Las
fake news suscitan en nosotros emociones que nos conducen a la acción y el
movimiento (creer y compartir), aunque sea sobre un sendero hacia el abismo. Debemos
dejar de lado el fanatismo y atender a la razón como nos avisaba Voltaire: “El gran procedimiento de disminuir el
número de maniáticos, es someter esta enfermedad del espíritu al imperio de la
razón. Esta razón es dulce, es humana, inspira indulgencia, ahoga la discordia,
fortalece la virtud”.
Factores sociológicos: Como factor sociológico voy a
utilizar el término acuñado por Eli Pariser y sus investigaciones sobre el
denominado por él como filtro burbuja. Se denomina filtro burbuja a una
búsqueda personalizada, en el que el algoritmo de una plataforma (red social
como Facebook) selecciona, a través de predicciones, la información que al
usuario le gustaría obtener. Se basa en un registro anterior de información
sobre en qué elementos el sujeto ha clicado o buscado (historial de búsqueda). El
problema de este algoritmo es que elimina o reduce a la mínima expresión todo
aquello que parece no gustarnos o que rechazamos, por lo que solo se mostraran
los elementos que queremos o deseamos encontrar, como si acabáramos viviendo en
una burbuja, encerrados en aquello que nos hace más felices que no más sabios.
Así pues, imaginemos que somos usuarios de una red social que tiene un muro con
noticias. Este algoritmo seleccionará las noticias y mensajes que se han
procesado como adecuados para nosotros según nuestras preferencias. El resto de
noticias, memes y otras informaciones dejarán de aparecer; ¿Qué consecuencias tiene observar solo noticias o informaciones que se
corresponden con nuestra forma de ver la vida? La polarización de las
opiniones, la reducción de nuestro conocimiento y la pobreza informativa. Correremos
el riesgo de creer que “todos” piensan como nosotros, polarizando aún más
nuestras opiniones, pudiendo radicalizarlas. Las fake news se alimentan de este
filtro burbuja, por lo que estaremos en una mayor predisposición a compartir
noticias falsas que se acomodan a nuestro sentir.
Factores psicológicos: vemos desde los ojos del prejuicio
que nos favorece. Las noticias falsas se alimentan de nuestros prejuicios,
creencias desiderativas y opiniones personales. Se basa en la premisa: “creerás y aceptaras como válido aquello en
lo que quieras creer”. Una fake news, puede darnos de lleno en nuestros
prejuicios, alimentando nuestras creencias y haciendo que no escaneemos desde
la Razón aquello que se nos muestra como verdad. El resultado, acabamos
publicando en nuestros muros (o mandando memes por WhatsApp) noticias falsas,
basadas en el anhelo de que aquello que nos cuentan sea verdadero (o por morbo)
cuando lo cierto es que lo que acaban de conseguir es marcarnos un tanto garrafal.
Estos
son algunos de los factores que pueden estar alimentando el aumento masivo de
noticias falsas, ahora ¿cómo podemos
combatirlo? Educación, educación y más educación a través del fomento del
pensamiento crítico.
Sabemos
que la educación no es la panacea que todo lo cura. Siempre acudimos a ella
como la magia que brota de un chaman. Parece convertirse en la religión que
todo lo puede. Entendemos que la educación no logra abarcarlo todo, por lo que
en los currículos se hace necesario seleccionar aquellos contenidos
sociológicos, epistemológicos, filosóficos y psicopedagógicos imprescindibles
para una vida mejor y un desarrollo integral de la persona. Por ello, hemos de
poner sobre la mesa el debate de si se hace necesaria una educación para el pensamiento crítico como método para prevenir
la desinformación e incluso la pérdida de los valores democráticos. Desde
nuestro punto de vista, decantamos este debate hacia el sí. Se hace necesaria
esta educación en nuestras aulas ¿De qué
aspectos puede nutrirse esta educación para el pensamiento crítico? Sin
ánimos de ser exhaustivos vamos a citar los siguientes:
1. Entender que las fake
news existen y que todos podemos ser víctimas de ellas. El primer paso es aprender a
identificarlas y comprender que toda persona independientemente de su cociente
intelectual puede ser víctima potencial de entender por válida una información
que realmente no lo es.
2. Aprender a contrastar
la información:
cuando nos llegue cierta noticia (esta suele ser suculenta y nos hace clicar o
reenviar antes de pasarla por ese escáner racional) hemos de comprobar las
fuentes, buscar si son oficiales, y qué personas o entidades están detrás o
respaldan la información vertida. En la actualidad, existen asociaciones que
buscan y desmienten bulos, podemos utilizarlas como herramientas. Antes de
compartir una noticia, no nos dejemos llevar por el primer impacto emocional
que nos causa y analicemos de dónde sale. Recordemos las palabras de Diderot: “El escepticismo es el primer paso a la
verdad”.
3. La mayéutica: Es un método que fomenta el
pensamiento crítico a través de preguntas y del diálogo. Un interlocutor nos
interpela con preguntas para ir descubriendo nuestras lagunas de conocimiento,
prejuicios y creencias. Requiere de cierta pericia, y de conocimientos básicos
de filosofía. Existen trabajos como los de Lipman (1998) en EEUU que han dado
buenos resultados escolares allí donde se ha incorporado esta herramienta
educativa.
4. Argumentación lógica
y falacias argumentativas:
Una falacia es un razonamiento
engañoso o inválido que se usa para justificar una idea. El truco es que para
cualquier persona distraída, el argumento falaz parece válido pero realmente no
lo es. Detectar las falacias en un discurso puede servirnos como una alerta que
nos puede hacer dudar de la veracidad o idoneidad de una argumentación. Cuando
uno incurre en una falacia, ha de volver sobre sus pasos y argumentar desde
otras premisas. Es un callejón sin salida del que debemos retroceder. Enseñar a
argumentar de forma lógica y a ser capaces de detectar falacias es un arma
contra la desinformación, fomentando el pensamiento crítico.
La
educación para el pensamiento crítico puede ser una herramienta efectiva para
prevenir que las fake news sigan propagándose con tanta rapidez. Es un escudo
que nos sirve para proteger nuestra democracia de los intentos de
desestabilizarla ante la visión utilitarista con intenciones económicas y
sociopolíticas.
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