¿Vivimos en un mundo relativista
donde cultura y basura son indistinguibles, pues no hay cánones, todo es doxa?
¿Prima el gusto personal, donde para gustos los sabores y texturas? ¿No hay
objetividad, nuestra vista y oído nos engañan, construimos la realidad,
fabricamos el conocimiento? ¿No hay independencia entre el objeto y el sujeto,
el subjetivismo se apodera de los hechos? ¿Vivimos en un mundo donde ante tanta
confusión podemos llegar a culturizar la basura y “basurizar” la cultura?
En un sistema social relativista,
tanto la realidad como el conocimiento son construidos, todo depende del prisma
desde donde mires al objeto, un objeto plagado de subjetivismo, pues no hay más
allá del sujeto, donde incluso no hay más allá del texto o del lenguaje. En un
mundo así, la doxa, la opinión, es tan relevante como el conocimiento o episteme.
La ciencia se repliega, asume su derrota, retrocede y se esconde esperando
tiempos mejores. La posverdad azota, emociona, nuestros sentimientos son más
fuertes que los hechos. La ciencia es una dictadora, conservadora y que merma
la capacidad de soñar, mata las utopías y si encima refuta nuestras creencias
es una falsa plagada de engaño humano. Consecuencialistamente la ciencia se
convierte en malvada. La falacia ad consequentiam
se apodera de nosotros. Si un argumento lógico o científico nos encamina hacia
unas consecuencias, en teoría, negativas, entonces se rechazan las
conclusiones, pese a que lógica o científicamente sean correctas. Mejor no
mirar a la verdad por si esta nos puede cegar. Pero la verdad no ciega,
encamina. En un mundo relativista, la palabra verdad es tan enorme y parece tan
pesada que debe vaciarse, convertirse en humo. Ya no hay verdad, nos queda solo
posverdad. Emociones envueltas en miedo y/o necesidad de seguridad, de
indignación y rabia, todo vale, pues ya nada vale la pena, en ese instante el
nihilismo se apodera de nosotros.
En un sistema realista, podemos diferenciar entre basura y cultura, pues existen cánones emanados de los sentidos objetivos como la vista y el oído. Hay reglas, límites, los límites provocan que las cosas no se diluyan. Hay realidad y hay conocimiento que son independientes de nuestro subjetivismo y que aun así podemos conocerlos, podemos hallar verdad ¿cómo es esto posible? Unos apelaran a Dios. Este crea y lo que construye es real y podemos conocerlo, pues Dios nos ha otorgado la facultad para ello. Entre los realistas cristianos encontramos a autores como Chesterton o en España a Juan Manuel de Prada. Otros realistas hablan de especular. A través de la especulación matemática o el conocimiento lógico y argumentado podemos llegar a conocer la realidad y encontrar el conocimiento aunque huyendo de posiciones cientifistas catalogadas como antropocéntricas. Este es el realismo especulativo de Graham Harman. Otros autores prefieren denominarlo nuevo realismo, como Markus Gabriel o Maurizio Ferraris, entendiendo este como una forma de atacar a la filosofia y el pensamiento posmoderno por construccionista y relativista, con la intención de rescatar lo más valioso de la época de la Ilustración moderna.
Desde el realismo podemos
llegar a diferenciar verdad de mentira, real de imaginario, bueno de malo,
cultura de basura. Y si somos al mismo tiempo realistas y no consecuencialistas
sino deontológicos, la situación mejora. Hay unos principios básicos comunes a
todas las naciones y culturas que pueden quedar encuadrados, por ejemplo en los
Derechos Humanos. Si es así, lo verdadero será verdadero aunque tengamos que
asumir las consecuencias de ello. Lo ético será ético aunque tengamos que
modificar sistemas económicos y sociales que nos hacen sentir paradójicamente cómodos. Alterando a Sartre, la realidad es la
realidad y existe, el que se excuse en el relativismo es un cobarde. Pues
reconoce que hay verdad (al menos sabe que hay una verdad que “todo es relativo”)
aunque las consecuencias no le agraden y prefiera replegarse y no enfrentarse a
su disonancia cognitiva, lo que le convierte en cobarde.
Pero incluso, en este mundo
relativista podemos ir más allá y rizar el rizo, culturizando la basura y “basurizando”
la cultura.
¿Es el disco de Rosalía "Motomami" una obra de arte o una tomadura de pelo? ¿Puede un versado en música como Jaime
Altozano ensalzar la última obra de Rosalía y estar promoviendo la
culturización de la basura?
Culturizamos la basura cuando,
ante una obra, donde la carga de la prueba estaría en demostrar que es un buen
producto canónicamente hablando, pues todo tiende a que puede ser una
tomadura de pelo, lo encumbramos con ínfulas de conocimiento, vestimos al rey
desnudo y nadie se atreve a decir “¡Pero si va desnudo!” por miedo a ser
decapitado o tachado de inculto o de tener mal gusto o de ser un elitista o un
meritocrático asalvajado. En un sistema donde los cánones son resbaladizos, los
límites difusos, las opiniones religión, ante los conciertos de Quevedo, todos
le vemos desnudo porque sabemos dónde está la verdad pero preferimos tapar este
hecho cantando nosotros más fuerte que él para que el trampantojo no se desvele.
El Rey nunca puede ir desnudo, le cantamos que se quede, pero nuestros oídos
piden que se dedique a otra cosa, pues es el oído más objetivo que nuestro amor
ciego hacia el artista.
“Basurizamos” la cultura cuando,
ante algo digno de ser admirado lo tachamos de elitista, nos enfada su carácter
altivo, su falta de empatía hacia el público, su desprecio hacia el ignorante.
Pedimos que rebaje el tono, que no sea tan erudito para que no nos espante, que
mengüe su fortaleza intelectual o bella y que se amolde a la mediocridad. Así, solo nos queda hablar mal de ello, rebajarlo y convertirlo en basura “intelectualoide”.
Para ser culto, no es necesario estrangular
el lenguaje para que nadie te entienda, darle vueltas a los argumentos hasta
perder el sentido, no hace falta sobreactuar, ni ser histriónico, solo mostrar
el valor de las cosas, de las palabras y los hechos, no traicionar los
argumentos a favor de la popularización, pues al rebajar los razonamientos,
empezamos a faltar a la verdad, y se adultera el conocimiento. El filósofo Ernesto
Castro, viaja entre estos dos mundos, puede llegar a ser un petulante que desea
ir en chándal y al mismo tiempo un deportista llano que se afea así mismo la conducta
porque debería llevar corbata. Viaja entre esta dicotomía, intentando no
basurizar lo que enseña pero tampoco darse ínfulas de erudito. Es digno de
admirar, surfea las aguas, a veces se le nota que no desea mojarse, por no caer
en alguno de los lados, pues bien sabe que en el equilibrio se encuentra la
seca virtud.
La basura es basura y la cultura
es cultura, por mucho que se intente basurizar la cultura y/o culturizar la
basura. El que no pueda asumirlo es un cobarde.
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