¿Realmente vamos cambiando y
madurando a lo largo de los años o simplemente adaptamos nuestras conductas lo
justo como para no parecer demasiado infantiles?
Los niños para llamar la atención
de sus padres, lloran, patalean, insisten en que no les gusta el plato de
comida, se levantan cuando tienen que estar sentados, se quejan e incluso te increpan llamándote “malo/a”. Son
conductas que podríamos clasificar como normalizadas, ellos solo desean ser
atendidos, escuchados y queridos por sus padres y si estos, por el motivo que
sea, están a otras cosas, parece lógico que los pequeños se esfuercen, con las
herramientas cognitivas y conductuales que poseen, en intentar atrapar la
mirada de sus padres, aunque tenga que ser de un modo negativo, pues más vale
algo de atención que la ignorancia, deseamos el odio antes que la indiferencia
de las personas a las que amamos, pues algo de atención nos prestan cuando nos
odian ya que continuamos dentro de sus mentes.
¿Y qué ocurre con los adultos cuando están en pareja? Podríamos
decir que una de las grandes diferencias entre el amor maternal/paternal y el
amor de pareja, es que el primero es asimétrico, es decir el padre/madre ama
incondicionalmente a su hijo sin la
necesidad de reciprocidad, mientras que el amor de pareja se basa en un
equilibrio y simetría donde ambos son corresponsables, de uno mismo y de los
cuidados que brinda al otro. Pero parece que muchas personas (sino a todas, según épocas y
circunstancias) recurren a conductas parecidas a cuando éramos pequeños , sobre
todo cuando la relación de pareja está estancada por el aburrimiento o la falta
de comunicación, cuando un miembro de la pareja se aleja, se inhibe y deja de
prestarle atención al otro.
Pongamos un ejemplo, un niño
llora y patalea (respuesta problema), cuando sus padres no le prestan atención
(antecedente) y como consecuencia de sus pataleos, los padres inmediatamente
prestan atención y el niño consigue su objetivo, ser atendido (consecuencia),
así en el futuro cada vez que el niño quiera la atención de sus padres solo
tiene que patalear aunque el afecto
recibido sea negativo, pues como hemos dicho, preferimos ser atendidos de esta
manera que ser ignorados. Al final el patrón se auto-refuerza y se convierte en
un bucle. La diferencia está en que el
padre/madre ama incondicionalmente a su hijo y en teoría no desea abandonarlo,
pero en las parejas es muy distinto, pues el amor es reciproco y simétrico, así
que si la pareja se pone muy quejicosa podemos optar por saltar del barco y
dejarla con sus múltiples quejas, que en realidad, como podemos comprobar, son
formas de intentar llamar la atención y recuperar el afecto del otro, pues el
que se queja ha percibido que su pareja se ha estado inhibiendo y/o alejando.
De adultos cuando percibimos que
el otro ha dejado de atendernos, de escucharnos y parece que no nos hace caso,
no recurrimos al llanto y la pataleta (en la mayoría de los casos, siempre se
puede recurrir a esto cuando no disponemos o hemos gastado el resto de
estrategias y herramientas para que nos presten atención) sino que recurrimos a
la queja insistente, a la crítica destructiva y al estado de humor negativo,
con lo que: cuando nuestra pareja nos ignora (antecedente), recurrimos a la crítica
destructiva y al afecto negativo (respuesta problema), con el resultado que
nuestra pareja nos hace caso, nos presta atención (consecuencia) ya que se ofrece a discutir con nosotros aunque acabemos peleados y con
sentimientos muy negativos hacia el otro
y/o la relación, pero como hemos dicho compensa, el odio gana a la
indiferencia. Así pues se produce un
bucle, cada vez que queremos que nos presten atención, recurrimos al enfado,
consiguiendo a corto plazo el objetivo propuesto, que el otro nos haga caso. Pero
a largo plazo y sabiendo que es una relación simétrica sin amor incondicional, este
continúo afecto negativo, produce indefensión aprendida, la pareja se cansa,
pues haga lo que haga siempre hay enfado, y vuelve al final a dejar de prestar
atención y más que probablemente a huir de esta relación.
Si en vez de recurrir al enfado
para que nos presten atención, fuésemos conscientes
de lo que queremos es que nos hagan caso y por eso estamos tristes y enfadados
(en la mayoría de casos un enfado es tristeza mal gestionada) y que la mejor
manera no es increpar al otro sino buscar otras alternativas, como temas en
común u ofrecer nuestro apoyo o incluso intentar una charla positiva donde asertivamente podamos hablar de nuestros
sentimientos sin acusar al otro, ni a su personalidad, sino quejarnos
constructivamente de la conducta concreta que nos molesta o duele de la pareja,
posiblemente si nuestro amado/a aun nos quiere, será comprensivo, escuchará y
conseguiremos el objetivo: nos prestará atención y encima una atención
positiva, sin rencores, donde los dos miembros de la pareja saldrán ganado y
fortalecidos.
El problema es que a veces nos
cuesta ser conscientes de nuestros estados internos, y cuando nuestra pareja
nos ignora, sentimos rabia y explotamos, pero en realidad es tristeza, y si
nuestro objetivo es volver a ser atendidos y queridos no ganamos nada con
reproches y estados de ánimo negativos, más bien terminaremos de perder el amor
que nos quede.
Parece que en ciertos aspectos no
maduramos tanto y solo utilizamos técnicas un poco más avanzadas que el llanto
del niño cuando queremos que nos hagan caso. Si nos paramos a reflexionar sobre qué es lo que nos ocurre por dentro
y cuál es el objetivo que pretendemos, en la gran mayoría de veces saldremos
beneficiados o al menos no tan perjudicados.