Despacito va cayendo la niebla
sobre mi asfalto, despacito pero continuado como si no tuviera freno, como si
al caer pudiera solucionar el que tan solo nos quedan unas pocas miradas más de
calor, comprometidas, intimas, verdaderas y cómplices.
No sabes porque las nubes ya no
te saben a nada, quizás porque estuviste engañada y ahora te engañas de otra
manera para al final no saber quién eres, ni quién soy yo, ni quiénes somos
juntos, antes abrazados, ahora con las manos en los bolsillos sin poder
explicar nada en absoluto.
Y nos queda el tiempo, pero nos
mata, cada minuto es un martillo pesado en nuestro frágil esqueleto, y si las
lagrimas dieran frutos ahora tendríamos un huerto tan grande que podríamos vivir
alimentados por siglos.
Y poco a poco la lejanía está más
cerca, de la claridad hemos pasado a una sucia capa borrosa de sentimientos
difusos, y te busco levemente, cada vez con menos fuerza, porque si te busco
con ganas tengo miedo a tu rechazo, a tus lágrimas impotentes, a tus confusas
ganas de besarme y alejarte. Quiero dejarte tranquila pero a la vez deseo saber
si ha cambiado en algo tu último estado, tu último pensamiento, tu ultimo tú o
al menos el tú que yo recordaba.
Y a veces hablamos como si nada,
pero cuando volvemos a estar juntos recaemos en el abismo de las indecisiones.
Por ello me vuelvo loco, porque cada vez que te acercas tengo miedo de que me
cuentes que ya no eres tú la que habla por esa boca, y me aterra que decidas
algo que solo tú quieres hacer, sin marcha atrás, sin esperanza, sin contemplaciones,
por eso cada vez que me acerco a ti, muero un poquito por dentro, porque
despacito va cayendo el peso del adiós.
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