La mayoría de las relaciones eróticas
basan su existencia en la dualidad, es decir mantenemos un contacto con otro
ser y deseamos que este se sienta a gusto, note placer y llegue al clímax.

Este pensamiento a priori normal
y sano puede acabar convirtiendo la experiencia erótica en una lucha por
agradar al otro, por parecer que se tiene la pericia adecuada, por centrar los
sentidos en la otra persona, anestesiando nuestras propias sensaciones, provocando
una ansiedad coital avocada a que ambos miembros dejen de disfrutar, pues
nuestra mente se va hacia el otro, promoviendo que dejemos de ser conscientes
de nuestro propio placer y esta circunstancia lo nota la pareja con lo que
puede dejar de sentirse excitada, puesto que la relación intima se transforma
en pura mecánica y nuestros gestos y comunicación no verbal se tornan algo
distantes, y al final uno acaba sintiendo que no sabe muy bien qué es lo que está
haciendo, adormeciendo la sensación de placer y mutilando el clímax.
En ese momento la relación erótica
deja de tener sentido y pueden aparecer problemas de impotencia, deseo sexual
inhibido y/o ansiedad anticipatoria,
entendida esta como un tipo de ansiedad que se produce cuando la persona
anticipa que va a mantener relaciones eróticas no satisfactorias o
problemáticas, provocándole diversas complicaciones como las antes citadas.
Perdemos el sentido de placer que nos movía en un principio, y al intentar
conectar eróticamente con el otro, provocamos el efecto contrario y lo
perdemos, pues nos distanciamos de nosotros mismos y al ocurrir esto nos apartamos
de la experiencia erótica.

Por ello, no es descabellado en
estas circunstancias, aludir a un tipo de egoísmo que puede salvar nuestras
relaciones intimas,
el egoísmo funcional.
Podemos definir este como una posición que mantenemos en las relaciones eróticas
centrada en nosotros mismos, buscando nuestros puntos de placer, concentrando
el pensamiento en nuestras sensaciones y abandonándonos a ellas. Al poner en
práctica este egoísmo y centrarnos en
nosotros mismos, la excitación se eleva, puesto que todos nuestros sentidos
están concentrados en las sensaciones que experimentamos, disparando el placer,
lo que provoca en la otra persona, al vernos tan excitados, otra explosión de
excitación encadenada, lubricando la experiencia y ayudando a alcanzar el más
alto clímax. Al ser egoístas buscando nuestro propio placer, nos excitamos magnánimamente
y esto al ser reconocido por el otro, eleva su lascivia y la relación erótica
se torna realmente gratificante y placentera.
Está claro que debemos preocuparnos
por el placer del otro, pero sin llegar a perder la conexión con nosotros
mismos, ya que para alcanzar una excitación prolongada y efectiva debemos ser
plenamente conscientes de nuestras propias sensaciones, dejándonos abandonar
por ellas, y nuestra pareja, al observarnos, se unirá con suma complicidad al éxtasis por ambos
ocasionado y deseado.
1 comentario:
Muy, muy, muy interesante reflexión. En ocasiones, el condicionamiento hacia la satisfacción del otro hace que uno mismo se olvide de su propia satisfacción.
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