Si la obsesión es un caramelo amargo que induce a la pérdida
del sentido de la mesura, no debería quedarme quieto entre atónito y taciturno,
tendría que salir a distraerme de los restos de tu aroma que aun asoman por mi
costado.
Y hoy te despiertas distraída, extraña y fugaz, como si no
quisieras pronunciar las palabras que me susurraste ayer; y yo no voy a llamarte,
aunque odio estar incomunicado para ti. Siempre disponible, esa es la mayor
enfermedad que corroe al deseo y por ello me escondo, por si te das cuenta que
mi escondrijo es el silencio y descubres como hacerme hablar, llamándome tibiamente
como casi sin que importara mucho si no estoy disponible, porque si no me
hablas ahora sabes que lo podrás hacer después.
Y no encuentro la templanza que hasta ahora me ha
caracterizado contigo, mis labios ya no quieren mesura , desean fervor y descalza mi lengua te llama a golpe de
saliva, pero la apago estrangulando fuertemente mis ganas de ti, hoy quiero
estar lejos en la superficie aunque dentro estas pegada, aferrada a la única neurona
que me quedaba sana.
Y no tenemos templo donde adorarnos, tendremos que correr
por las calles como de pequeños, o esconderte bajo las faldas de la discreción.
No puedo dejar de pensar en tus gritos ahogados a veces, afanosos y salvajes
casi siempre, como te agarras a mi cuerpo y te balanceas rítmicamente, hasta
que explotas, de nuevo vuelves en sí y me dices que me quieres. Es efímero pero
verdadero.
Y no tengo templanza en mis cavidades, mi frontal ha dejado
de gobernar, se deja llevar por la amígdala y me seduce la idea de salir a
cazarte, pero me volveré a quedar quieto, desenmarañando este estado hasta
volver a la paz interior y dormiré plácidamente, esperando que mañana vuelva a
ser el chico sano y moderado que no se deja impresionar.
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