A todos nos interesan los temas
que tratan de sexo, pero puede que no de la misma manera. Nuestros muros de facebook,
la televisión, las revistas, los periódicos, los programas de radio, todos los
medios de comunicación suelen dejar un buen espacio para la temática sexual, ya
sea contratando profesionales sexólogos, humoristas o tertulianos, a través de
charlas animosas, que en la mayoría del tiempo, están basadas en posturas y
creencias pseudocientíficas. La sexualidad, el sexo, está en boca de todos,
todos opinamos, pero por desgracia no todos sabemos, pues en la mayoría de los
casos la lógica es enemiga de la
ciencia.
Félix López. |
El sexólogo o, mejor dicho, el
especialista en sexología, pues aun no existe un cuerpo específico como para
poder denominarnos como tales, es un ser que trata la sexualidad de una manera amplia y holística. Se rige por
patrones basados en el método científico, aprende lo que otros investigaron desde
antaño (Masters y Johnson, Kinsey, Kaplan) hasta nuestros días (Félix López,
Francisco Cabello…) e interioriza una manera de entender la sexualidad desde un
modelo integrador y ecléctico. Pero
hoy, este sujeto, hijo de la ciencia, abre un debate consigo mismo, remueve sus
fueros internos, tratando de delimitar donde están los límites entre lo
científico, lo divertido y lo chabacano.
Parece que en el transcurso de
los años, los sexólogos aprendemos que es lo que vende, y esto puede quedar
algo apartado del modelo
integrador-científico, acercándose a posturas más radicales de corte
revolucionario, lo que entendemos en nuestra jerga como sexología revolucionaria. El objetivo de esta es, que todos los
seres humanos se conviertan en máquinas del sexo, en tener mejores orgasmos, en
cómo hacer mejores felaciones/cunnilingus. La idea central podría describirse
usando pocas palabras, como: “el que no se masturba es tonto”.
Ahí fuera, todo se llena de cursos, talleres, charlas, artículos de revistas,
blogs, impregnados de esta postura
revolucionaria, que antes o después llegará a saturar al lector, al realizador de cursos y
al público en general.
La barrera entre lo científico y la chabacanería se difumina.
Podemos hacer talleres utilizando el
sentido del humor, pobre de aquel educador, profesor, docente que no use el
sentido del humor en sus clases y más pobres, los alumnos, público, discentes,
que entre bostezos, mostraran el interrogante de cómo un tema tan interesante,
este profesor/educador, lo puede convertir en un suplicio inaguantable. La ciencia ha de convertirse en el mejor
amigo del sentido del humor, juntas pueden llegar más lejos, a más oídos, a
más ojos y en definitiva a más cerebros. Son un complemento, tan necesario,
como para el invierno un abrigo acogedor. Pero la barrera empieza a difuminarse
cuando para atraer al público, utilizamos ganchos que rompen la estética
científica, cuando rebajamos o reducimos una ciencia, tan maravillosa como es
el estudio de la sexualidad, a la pura anécdota, cuando lo que prima es atraer
al público antes que dar un mensaje útil, riguroso y positivo.
Es presumiblemente cierto, que
cuando hacemos unas jornadas crudamente formales, con temáticas sexuales ensambladas
en palabrería científica, ahuyentamos al público en general. Lo ideal es poder atraer tanto a expertos
refinados como a personas de la calle que desean aprender algo riguroso
pero agradable, sobre sexualidad. Este equilibrio, puede parecer sencillo de
alcanzar, pero se torna una tarea ardua.
Nos debatimos continuamente entre, elegir un título con gancho, aunque luego la temática real no vaya de eso, es
decir, vamos a engañar un poco al público, haciendo honor a Maquiavelo, les
engañamos un poco, pero es por su bien, así vendrán y aprenderán verdades como
puños. O poner un título, sin salsa pero real y científico, el cual, solo
leerlo puede causar astenia primaveral.
Lo importante, sería intentar solidificar la labor y el rol del sexólogo,
no nos convirtamos en chistes andantes. Nadie puede tomar una profesión en
serio, si los profesionales son motivo de mofa. Crear talleres, charlas, jornadas titiriteras promueve que el colectivo
posea una imagen mental de nosotros, burlona y chabacana. No enraicemos
esta creencia, no provoquemos más profecías autocumplidas. Tomémonos en serio
nuestra maravillosa labor, con humor, pero desde el rigor y la búsqueda de la
verdad como bandera primigenia.
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