A la hora de formar pareja, es muy
importante haber consolidado nuestra
identidad, como afirma el psicoanalista Erikson (1902-1994): “La
condición para formar pareja es que cada uno debe ser uno mismo, debe haberse
encontrado consigo mismo o haber llegado a ser uno mismo”. Consolidar nuestra identidad significa poseer
la capacidad de saber qué queremos, pues tenemos una idea de hacia dónde
queremos ir en diversos aspectos de nuestra vida, qué no deseamos, y cómo se
orienta nuestra personalidad, sabiendo lo que podemos dar a los demás y lo que
necesitamos recibir de estos.
Parece que esta identidad se
perfila hacia los veinte años, cuando vamos terminando nuestro proceso
adolescente, pues como dice Pallarés:
“En torno a los veinte años es cuando el
sujeto tiene capacidad para desarrollar la verdadera intimidad y superar la
crisis o reto de esta etapa”.
Al conocernos mejor a nosotros
mismos, podemos empezar a ser capaces de mostrar a la pareja que queremos de la
relación y de la vida en general y que podemos darle y ofrecerle, tenemos un
camino marcado de valores que deseamos para nosotros, pues antes de alcanzar el
conocimiento de nuestra identidad, somos como un barco a la deriva, que no se
conoce a sí mismo y que cualquier vendaval puede arrasar, dificultando la
calidad de nuestra intimidad con el ser amado.
Mantener una relación amorosa antes
de conocernos a nosotros mismos, puede provocar que esta se convierta en una relación de dependencia, ya que al no
conocernos, nos dejamos llevar por el otro, hasta que un día sabemos que ese no
es el camino que queremos recorrer y abandonamos la relación, puesto que nuestra
identidad está siendo socavada por el amado, y empezamos a sentir que nos
estamos perdiendo, que ya no somos nosotros mismos, en definitiva, nos perdemos, y esto es una
señal inequívoca de que algo hay que cambiar.
La intimidad sana y real necesita
y se nutre de conocimiento propio, de que cada miembro de la pareja se conozca
a sí mismo y ante este conocimiento, pueda abrir sus puertas al conocimiento del
amado, dejando que la idealización inicial no sea tan arrolladora, pues uno se
deja llevar por las chiribitas del los ojos del amado, pero no se pierde en
ellas, como de nuevo afirma Pallares:
“la intimidad se hace más profunda y
consolida tras haber logrado el sentido de la identidad”.
Por lo que una intimidad de
calidad, se consigue cuando ambos miembros se autoconocen y autoexploran, entienden
la importancia de amar al otro sin perderse ellos mismos y esto se logra teniendo claro el concepto que cada uno tiene de sí, el denominado autoconcepto. Este se define como la capacidad que tiene un
individuo para describirse a sí mismo, sabiendo las características que le
definen como persona, manteniendo un autoconcepto
claro cuando la persona se describe sin ambigüedades, siendo consciente,
coherente y estable con respecto a lo que sabe de sí mismo; y cuanto más claro
tenga su autoconcepto mejor relación podrá tener con la persona a la que ama,
pues alcanzará una mayor satisfacción y compromiso en su relación de pareja. Por
lo que el dicho manido de “ámate a ti
mismo antes de amar al prójimo”, sigue estando vigente para nuestras
relaciones amorosas, y amarnos a nosotros mismos conlleva a que poseamos una autoestima adecuada (autoestima: conjunto de características positivas y
negativas que creemos que tenemos) Y con autoestima adecuada me refiero, a que
esta no sea baja, pues en este caso
la persona puede mostrarse demasiado sensible al rechazo social, y a las señas
de indiferencia de los demás y en el caso que nos ocupa, de la pareja, por lo
que desea constantemente la aceptación de esta, con las consecuencias negativas
que acarrearía: dependencia afectiva, agobio por parte del amado, celos, etc. Y
la persona puede acabar con una autoestima que depende en exclusiva del estado de
la relación, cuando nos va bien, nuestra autoestima se equilibra, cuando
discutimos o nos peleamos, esta baja y caemos en dependencia y la necesidad de arrástranos
por el otro, para recuperar dicha autoestima.
Por otro lado si la autoestima es demasiado alta,
puede desembocar en narcisismo y egoísmo, poniendo nuestros intereses por
encima del amado, ya que uno acaba amándose más a si mismo que a la pareja y si
no se cumplen nuestros deseos, la insatisfacción y el conflicto están
garantizados.
Por lo que lo ideal sería
mantener una autoestima sana, sin desequilibrios,
manteniendo la compostura, no dejándose avasallar por el estado de
enamoramiento y alejándose del amor adictivo y obsesivo.
En definitiva, conocernos a nosotros
mismos, conformar nuestra identidad, manteniendo una autoestima sana y un
autoconcepto claro, es esencial para mantener un vinculo afectivo y una
intimidad adecuadas y saludables con nuestra pareja. Debemos reflexionar sobre
qué queremos de la vida, de las relaciones amorosas, de las relaciones
eróticas, qué estamos dispuestos a ceder y qué no deseamos en absoluto, y
aunque somos seres en continuo cambio, transformadores y transformados, también
tenemos que tener claras ciertas directrices por las que deseamos movernos, siendo
estas lo suficientemente flexibles para adaptarnos a los cambios, pero lo
suficientemente estables como para saber quiénes somos y cuál es nuestra
identidad, con el objetivo, en cuanto a las relaciones amorosas, de poder
brindar al amado la intimidad saludable que se merece.
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