Antes o después, a lo largo de tu
vida tendrás que responder a una clásica pregunta que se hacen los seres
humanos cuando “hablan de sexo”: ¿a qué edad perdiste la virginidad? Esta
pregunta que a priori parece de respuesta sencilla desde el punto de vista de las
relaciones sexuales, puede no tener
una sola respuesta desde la visión de las relaciones
eróticas. Me explicaré.
La sexualidad humana va más allá de la mera genitalidad, todo
nuestro cuerpo es sexuado y está preparado para albergar y producir placer. El sexo es la manifestación de nuestros órganos
genitales, siendo la parte que compartimos con el resto de la mayoría de especies
animales. La sexualidad es un
elemento puramente humano, forma parte de nuestro ser, nos abraza y conforma,
somos parte de ella y ella es parte de nosotros, es indivisible. No hay un solo
tipo de sexualidad como no hay un solo tipo de persona, cada uno de nosotros,
vive, siente, disfruta, y piensa en sexualidad de forma diferente, por ello
hablamos de sexualidades, para
denotar esta necesaria e inevitable diversidad
humana y sexual.
La erótica es la manifestación de
cómo vivimos nuestra sexualidad, como la llevamos a la práctica, como
nos deslizamos por ella, nuestras conductas, afectos y vivencias. Abarca todo
el amplio mapa erótico que envuelve
nuestro cuerpo, se aposenta en cada neurona del sistema nervioso central, por
ello lo que mantenemos con nosotros mismos o con la persona a la que damos
permiso para acercarse, no son relaciones sexuales, sino autoerótica o relaciones eróticas, respectivamente.
El término relación sexual queda obsoleto en el momento que identificamos
esta como paradigma de la penetración, lo que comúnmente se conoce como coito.
Pero nuestra sexualidad al ser tan amplia demanda a parte de la penetración, otras
manifestaciones, igual o más placenteras. Reducir
la sexualidad a penetración es mutilar parte de nuestro ser en pro de un
solo objetivo, la búsqueda insaciable del orgasmo. Pero el umbral orgásmico
puede alcanzarse de muy diversas maneras, desde el roce sutil hasta el apretón ardiente.
Caemos en el error de reducir a la mínima expresión todo nuestro potencial
erótico, estamos cercenando nuestra capacidad para sentir desde el amplio espectro
de posibilidades, por ello el término relación
sexual no es más que la desviación arcaica de la simpleza erótica.
Dejamos de ser vírgenes, no
cuando hemos o nos han penetrado, no
solo hay una virginidad, pues esta también la perdemos ante el primer beso
erótico, las primeras caricias sensuales, los primeros juegos genitales, las
primeras masturbaciones, perdemos muchas
virginidades, la penetración solo es una más, por lo que a la pregunta de “¿a qué edad perdiste la virginidad?” deberíamos responder con otra pregunta “¿a cuál de
todas ellas te refieres?”, pues la respuesta variará según lo que se desea saber: a qué edad se produjo
la primera penetración o a qué edad mantuviste tus primeros juegos
masturbatorios, etc.
Tenemos tan anclado en nuestro
rol sexual, que lo importante es la penetración, que basamos conceptos como
virginidad en este patrón de movimientos rítmicos, olvidando que también somos vírgenes
en muchos aspectos eróticos. Sin penetración hay sexualidad, sin penetración podemos
perder muchas “virginidades”, sin penetración podemos obtener placer e incluso
llegar al orgasmo.
Desde la sexología defendemos el
uso del término relación erótica
pues hacemos alusión al gran abanico de posibilidades que tenemos ante
nosotros, desterrando el mito de la suprema importancia de la penetración, por
ello hemos desplazado al olvido el concepto de relación sexual, ya que este ha quedado obsoleto, primitivo y reduccionista. La penetración es algo maravilloso, pero no
ha de ser el único patrón de comportamiento si lo que queremos es gozar de
todas las posibilidades que nos brindan nuestro cuerpo y mente. Puedes
permitirte disfrutar de todo tu ser.
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