El ser humano no permanece
inmutable, sino que por el contrario va cambiando y transformándose desde que
nace hasta su último aliento, su cuerpo cambia, envejece, se arruga, sus órganos
también cambian, aparecen enfermedades, desequilibrios y desajustes, continúa interconectando
sus circuitos neuronales, aprendiendo continuamente,
convirtiéndose cada cierto tiempo en un nuevo individuo con nuevas inquietudes
sustentadas en la base de unas creencias arraigadas que le permiten no caer en
el caos y la locura. Por ello no es de extrañar que cada cierto tiempo nos planteemos
si estamos bien dónde y con quién estamos ¿somos seres encaminados hacia la obsolescencia
programada amorosa? ¿Somos promiscuos o monógamos? ¿Somos monógamos perennes o
en serie (ser fiel a una pareja mientras estamos con ella, pero la relación suele
ser corta y lo dejamos por otra)? ¿Podemos generalizar que el ser humano sea “algo
concreto” o cada persona es un ser tan distinto al resto que es absurdo
plantearnos estas cuestiones?
Entendemos por obsolescencia programada a la
planificación preconcebida de poner fin a la vida de un producto de forma
temprana, con el propósito de que estos objetos se conviertan en útiles de “usar
y tirar” con un vida media más corta de la que podían tener. Para Álvaro Fustero[1]:
“La obsolescencia programada quiere decir
que vivimos en una sociedad en la que se nos ha impuesto la cultura de comprar,
tirar, comprar; todo lo que se fabrica incluye una fecha de caducidad impuesta
por el fabricante, lo que convierte en inservibles nuestros objetos al
cabo de un tiempo, haciendo imprescindible su sustitución por algo nuevo,
“mejor””.

Casi todos hemos pasado por rupturas
amorosas de más o menos calado, de más o menos sufrimiento, y estas rupturas
han sido debidas a variables como, los celos, la falta de comunicación, la
desgana, el alejamiento emocional y un largo etcétera, variables que para los defensores de la obsolescencia
programada, no son más que eufemismos de esta, puesto que lo que subyace realmente
es que el ser humano no está preparado para mantener una relación larga con la
misma persona y la etiología de esta problemática es la propia obsolescencia y
lo demás son adornos que ponemos para poder explicar las rupturas amorosas.
Para otros estudiosos, los partidarios de la obsolescencia pueden parecerles
demasiado radicales y agoreros, dando una visión desenfocada de la realidad del
ser humano, puesto que creen que estos exageran, ya que el ser humano, para
ellos, es más estable en sus decisiones de compromiso y de amor y que la
obsolescencia no es más que una forma alarmista de entender al individuo. Para
un tercer grupo, desde mi punto de vista, para los más humanistas, le es
imposible creer que el ser humano pueda ser etiquetado de monógamo o polígamo o
de cualquier otra denominación, puesto que el abanico de posibilidades se agota
con el número de individuos que habitan en el mundo, es decir no podemos
generalizar que el ser humano sea de una forma u otra, pues en el fondo es de todas
a la vez y de ninguna ya que depende de cada individuo.
Mi objetivo en este artículo no
es posicionarme en alguno de los postulados comentados, más bien es incitar a
la reflexión sobre la capacidad de amar del ser humano. De todos modos puede que en algunos sujetos
la obsolescencia programada se halla instalado
en su forma habitual de relacionarse, ya sea guiados por la sociedad consumista
en la que habitan o por su imborrable huella genética que les impulsa a desestructurar
una relación en pro de construir una nueva, cada cierto tiempo.
Supongo que mientras leías esto,
te estabas posicionando hacia uno u otro lado o quizás hacia una nueva forma de
explicar dicha problemática que no he plasmado en este artículo, sería
interesante saber tus reflexiones al respecto ¿Somos seres programados para
abandonar las relaciones de pareja a causa de esta obsolescencia programada?
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