No me perteneces, libre es como sabes bien, libre y honesta,
mi enfado es pueril aunque tus reacciones también, pero no puedo culparte por
mi torpeza. Eres gigante, sana, y aunque te vendes como una egoísta
recalcitrante, eres todo lo contrario, samaritana, benévola e indulgente, sabes
caminar sin hacer sentir mal a los demás y ese es tu don.
A veces no entiendo las cosas y te pido paciencia pues
cuando desenmaraño mis pensamientos, puedo ver claro y entonces es cuando
vuelvo a necesitar tu libertad sumada a esta saludable interdependencia de
querer vernos sin obligaciones, no como esas parejas que han perdido el rumbo y
siguen vagando por el espacio llevadas por la inercia de su movimiento y que
quedan para verse sin saber por qué, para
qué, de qué modo y en que versión.
No somos inercia y eso me encanta, somos peonzas que
controlan su movimiento, autónomas, flexibles y con sentimientos, por eso
quiero todo el bien que pueda caberme en mis esperanzas, para ti, porque si te
enfadas nada tiene sentido entonces y se pudre la madera invisible de los
andamios que nos acercan el uno al otro, andamios que hemos construido con
sonrisas, juegos cómplices, conversaciones infinitas, sexo, caricias y miradas
que nos delatan.
Todo lo que haces que te sienta bien quiero que sigas
haciéndolo, porque no dañas a nadie y si alguien se ofende, no es por tu culpa,
sino porque la inseguridad les delata, como me ha pasado a mí. Pero soy fuerte
y comprensivo, quizás eso te atraiga de este personajito pues necesitas que
alguien lleve la cordura de vez en cuando, para que tú puedas ser creativa y
despreocupada.
Y cuanto más libres somos más cerca estamos el uno del otro,
pues es esta sensación de libertad la que nos une, guía, relaja y atrae
mutuamente. Me siento sano por ello, pues por fin predico con el ejemplo de
tantos escritos pasados, tú me haces sentir sano y eso lo recordaré toda mi
vida.
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