La velocidad de los cambios
sociales es innegable, los cambios de mentalidad, de acciones y conductas, nos
hacen desviar el rumbo unas veces para mejor y otras para peor, pero no es
cuestión de enjuiciar dichos movimientos, sino de comprenderlos, adaptarnos y
sacar lo mejor de ellos.
Uno de los numerosos cambios que
se están produciendo es a nivel sexual. Algunos autores como la escritora Donna
Freitas están empezando a hablar de “la cultura del polvo[1]”,
enfatizando su poder de hacer desdichados a los que la practican. Esta “cultura del polvo” consiste en mantener
relaciones sexuales basadas en la penetración y el orgasmo, de forma continúa
con personas diferentes, con cuantas más mejor, sin buscar ningún tipo de compromiso,
movidos más que por el deseo de hacerlo, por la presión social, que los empuja
a dichos quehaceres, convirtiéndose en una forma de consumismo sexual
caracterizado por la carencia afectiva y la tristeza post-acto, pues del
atrevimiento y la incertidumbre pasamos al aburrimiento y la desidia promovida
por la falta de empatía con el otro al que nos fusionamos corporal pero no
emocionalmente. Por ello después de estos actos casi reflejos promovidos por la
presión, subyacen estados de tristeza a los que podemos denominar como “tristeza postcoital”.
Podemos definir la tristeza postcoital como un estado
emocional negativo, caracterizado por el desconsuelo que produce mantener relaciones
sexuales sin cariño, afectividad o el suficiente conocimiento mutuo. Esta falta
de compenetración, empatía y entendimiento con el desconocido al que desnudamos,
promueve en la persona sentimientos de culpa una vez terminado el acto sexual,
pues este encima se basa únicamente en la penetración y el orgasmo y no deja
espacio a la comunicación y a la expresión erótica en un sentido amplio, lo que
hace que la relación sea aun más fría y superficial.
¿Pero puede que esta tristeza
postcoital sea únicamente un reflejo residual de nuestra educación sexual
represiva, que nos empuja a sentirnos mal por practicar sexo con desconocidos?
¿No somos tan libres como creemos y nuestra conciencia no nos deja mantener
relaciones con quien deseemos aunque no le conozcamos? ¿Dónde están los límites
entre nuestra libertad, las relaciones sanas, los sentimientos de culpa y la
tristeza postcoital? En definitiva ¿mantener sexo con desconocidos nos produce
tristeza postcoital porque realmente es un acto vacio o por la represión educativa
que hemos ido arrastrando y que ha quedado grabada en nuestro consciente y/o inconsciente?
Quizás como casi todo en la vida,
sea una suma de variables, pues practicar sexo superficial con desconocidos,
puede dejarnos con ese sentimiento de vacío y tristeza por el mero hecho de
llevarlo a cabo y que por otra parte, el pepito grillo de nuestra conciencia,
basada en la educación sexual represiva, nos diga que estas cosas que hacemos
no son las correctas.
Lo que sí está claro es que estos
sentimientos postcoitales son más normales de lo que parecen y son muchas las
personas que necesitando afecto, buscan descargar sus tensiones con relaciones
sexuales, aun cuando en sus corazones lo que habita sea un deseo de conexión
con el otro, pero esta conexión no se genera en una noche de copas, sino que
necesita más tiempo para alcanzarse, por
lo que al final se recurre al sexo rápido basado en la penetración como excusa
de un acercamiento que no va más allá de lo táctil y efímero, es como soñar con
un ágape y conformarse con un dátil. Pero de dátiles no vive el ser humano y al
final flaquea desnutrido, pidiendo otra cosa y manifestando su enfermedad con
los comentados sentimientos de culpa y tristeza.
El debate, si es que existe tal
debate, se encamina hacia la elección autónoma de mantener relaciones eróticas esporádicas
con desconocidos libre de culpa o la búsqueda de algo más emocional y empático
para acallar esta tristeza postcoital que a veces nos invade.
Lo importante será mantener
relaciones, sean esporádicas o no, que realmente nos llenen, conociendo y
aceptando las consecuencias, sintiéndonos libres, autónomos y en definitiva equilibradamente
sanos, sea como sea esta relación erótico-sexual.
1 comentario:
No soy sexólogo ni antropólogo, pero me parece que la tristeza postcoital no se debe a la educación sexual represiva, sino a algo más complejo, o, según se mire, más sencillo.
En primer lugar, está aceptada la idea de que el ser humano tiene "necesidades sexuales", pero yo opino que tal cosa es una abstracción y, por ende, algo irreal. Si un ser humano tuviese únicamente necesidad sexual, bastaría cualquier persona para satisfacerla. Sin embargo, seleccionamos, pues no tenemos en verdad necesidad sexual, sino necesidad afectiva, porque en el ser humano el sexo y el amor van de la mano.
Deseamos a una persona cuando es alguien importante para nosotros. Soy hombre, no he recibido ninguna educación sexual, ni represiva ni liberal (a no ser que la influencia de los medios y del entorno social quiera ser tenida en cuenta) y le aseguro que no me apetece acostarme con la primera que se me cruza, aunque, evidentemente pueda apreciar los encantos de cualquier mujer. Sólo cuando me enamoro tengo deseos sexuales. Y entiendo perfectamente esa tristeza después del coito esporádico; todos queremos sentirnos queridos, o al menos la gran mayoría de nosotros.
Tendemos a establecer relaciones de pareja, fracasen o no, porque el sexo esporádico no implica afecto ni tan siquiera placer, me parece a mí.
Hemos pasado de la educación sexual represiva a una concepción del sexo alienante y abstracta, porque fomenta relaciones fantasmagóricas y separa de manera terrible el deseo del afecto. Ninguna de las dos cosas es buena. Dicho esto, que cada uno haga lo que quiera, por supuesto.
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