martes, 16 de abril de 2013

La tristeza postcoital. ¿Nos sentimos tristes por el vacío del sexo superficial o por la represión educativa sexual recibida?

La velocidad de los cambios sociales es innegable, los cambios de mentalidad, de acciones y conductas, nos hacen desviar el rumbo unas veces para mejor y otras para peor, pero no es cuestión de enjuiciar dichos movimientos, sino de comprenderlos, adaptarnos y sacar lo mejor de ellos.

Uno de los numerosos cambios que se están produciendo es a nivel sexual.  Algunos autores como la escritora Donna Freitas están empezando a hablar de “la cultura del polvo[1]”, enfatizando su poder de hacer desdichados a los que la practican. Esta “cultura del polvo” consiste en mantener relaciones sexuales basadas en la penetración y el orgasmo, de forma continúa con personas diferentes, con cuantas más mejor, sin buscar ningún tipo de compromiso, movidos más que por el deseo de hacerlo, por la presión social, que los empuja a dichos quehaceres, convirtiéndose en una forma de consumismo sexual caracterizado por la carencia afectiva y la tristeza post-acto, pues del atrevimiento y la incertidumbre pasamos al aburrimiento y la desidia promovida por la falta de empatía con el otro al que nos fusionamos corporal pero no emocionalmente. Por ello después de estos actos casi reflejos promovidos por la presión, subyacen estados de tristeza a los que podemos denominar como “tristeza postcoital”.

Podemos definir la tristeza postcoital como un estado emocional negativo, caracterizado por el desconsuelo que produce mantener relaciones sexuales sin cariño, afectividad o el suficiente conocimiento mutuo. Esta falta de compenetración, empatía y entendimiento con el desconocido al que desnudamos, promueve en la persona sentimientos de culpa una vez terminado el acto sexual, pues este encima se basa únicamente en la penetración y el orgasmo y no deja espacio a la comunicación y a la expresión erótica en un sentido amplio, lo que hace que la relación sea aun más fría y superficial.

¿Pero puede que esta tristeza postcoital sea únicamente un reflejo residual de nuestra educación sexual represiva, que nos empuja a sentirnos mal por practicar sexo con desconocidos? ¿No somos tan libres como creemos y nuestra conciencia no nos deja mantener relaciones con quien deseemos aunque no le conozcamos? ¿Dónde están los límites entre nuestra libertad, las relaciones sanas, los sentimientos de culpa y la tristeza postcoital? En definitiva ¿mantener sexo con desconocidos nos produce tristeza postcoital porque realmente es un acto vacio o por la represión educativa que hemos ido arrastrando y que ha quedado grabada en nuestro consciente y/o inconsciente?

Quizás como casi todo en la vida, sea una suma de variables, pues practicar sexo superficial con desconocidos, puede dejarnos con ese sentimiento de vacío y tristeza por el mero hecho de llevarlo a cabo y que por otra parte, el pepito grillo de nuestra conciencia, basada en la educación sexual represiva, nos diga que estas cosas que hacemos no son las correctas.

Lo que sí está claro es que estos sentimientos postcoitales son más normales de lo que parecen y son muchas las personas que necesitando afecto, buscan descargar sus tensiones con relaciones sexuales, aun cuando en sus corazones lo que habita sea un deseo de conexión con el otro, pero esta conexión no se genera en una noche de copas, sino que necesita  más tiempo para alcanzarse, por lo que al final se recurre al sexo rápido basado en la penetración como excusa de un acercamiento que no va más allá de lo táctil y efímero, es como soñar con un ágape y conformarse con un dátil. Pero de dátiles no vive el ser humano y al final flaquea desnutrido, pidiendo otra cosa y manifestando su enfermedad con los comentados sentimientos de culpa y tristeza.

El debate, si es que existe tal debate, se encamina hacia la elección autónoma de mantener relaciones eróticas esporádicas con desconocidos libre de culpa o la búsqueda de algo más emocional y empático para acallar esta tristeza postcoital que a veces nos invade.

Lo importante será mantener relaciones, sean esporádicas o no, que realmente nos llenen, conociendo y aceptando las consecuencias, sintiéndonos libres, autónomos y en definitiva equilibradamente sanos, sea como sea esta relación erótico-sexual.

1 comentario:

Andrés dijo...

No soy sexólogo ni antropólogo, pero me parece que la tristeza postcoital no se debe a la educación sexual represiva, sino a algo más complejo, o, según se mire, más sencillo.

En primer lugar, está aceptada la idea de que el ser humano tiene "necesidades sexuales", pero yo opino que tal cosa es una abstracción y, por ende, algo irreal. Si un ser humano tuviese únicamente necesidad sexual, bastaría cualquier persona para satisfacerla. Sin embargo, seleccionamos, pues no tenemos en verdad necesidad sexual, sino necesidad afectiva, porque en el ser humano el sexo y el amor van de la mano.

Deseamos a una persona cuando es alguien importante para nosotros. Soy hombre, no he recibido ninguna educación sexual, ni represiva ni liberal (a no ser que la influencia de los medios y del entorno social quiera ser tenida en cuenta) y le aseguro que no me apetece acostarme con la primera que se me cruza, aunque, evidentemente pueda apreciar los encantos de cualquier mujer. Sólo cuando me enamoro tengo deseos sexuales. Y entiendo perfectamente esa tristeza después del coito esporádico; todos queremos sentirnos queridos, o al menos la gran mayoría de nosotros.

Tendemos a establecer relaciones de pareja, fracasen o no, porque el sexo esporádico no implica afecto ni tan siquiera placer, me parece a mí.

Hemos pasado de la educación sexual represiva a una concepción del sexo alienante y abstracta, porque fomenta relaciones fantasmagóricas y separa de manera terrible el deseo del afecto. Ninguna de las dos cosas es buena. Dicho esto, que cada uno haga lo que quiera, por supuesto.

DELIRIOS Y LOCURA

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Bienllegados a la pagina donde todos vuestros delirios serán recompensados con miradas de incomprensión y rechazo amable.
Nos movemos incesantemente por sendas incautas, ataques de locura anonimos y vulgaridades encendidas por el alcohol de cualquier cantina.
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