El ser humano es un ser fisiológico,
emocional, perceptivo, sensitivo y con un talante especial para dejarse llevar
por su propia sugestión, y todo esto influye a la hora de percibir la
intensidad de un orgasmo.
Estudios realizados con mujeres,
demuestran que la intensidad fisiológica
muchas veces no se corresponde con la intensidad
psicológica del placer producido por un orgasmo, es decir, en más de una
ocasión, algunas mujeres en las que sus cuerpos habían marcado mucha actividad
fisiológica (intensidad orgásmica medida con aparatos que registraban los
cambios fisiológicos que produce el orgasmo), no reportaban haber sentido mucho
placer, y en cambio en otras ocasiones
en las que fisiológicamente apenas se había registrado indicios de orgasmo,
estas manifestaban haber sentido un intensa sensación orgásmica. Estos datos
demuestran que la mente y el cuerpo en incontables ocasiones viajan por senderos
dispares.
¿A qué nos conduce este hallazgo?
A pensar que realmente una relación erótica placentera está condicionada en
gran medida por la sugestión, las expectativas y la condición psicológica,
dejando en un lado secundario lo más puramente fisiológico. Por lo que podemos
concluir, que por ejemplo, la manida discusión sobre el tamaño de pene, si da más
placer o menos según su longitud y grosor, puede resolverse de manera satisfactoria
si separamos la fisiología de la psicología:
Ø Fisiológicamente: los genitales de la
mujer están preparados para sentir placer, prácticamente y en exclusiva, en los
cuatro primeros centímetros (clítoris, labios, entrada de la vagina ...) por lo
que el tamaño del pene es irrelevante.
Ø Psicológicamente: va a depender de las
expectativas, sugestión y creencias acerca del tamaño, es decir, si la mujer
fantasea con un tamaño grande, muy posiblemente la visión de este va a condicionar
su respuesta ulterior, sintiendo más placer psicológico, por el mero hecho de
percibir el tamaño grande como más placentero.
Lo que nos lleva a pensar que
puede haber mujeres a las que la visión del pene les agrade y aumente más su
placer psicológico y a otras mujeres a las que la visión de dicho miembro les
repulse y deseen mantener el menor contacto posible con este. El primer tipo de
mujer podemos denominarlo “propene”
y al último “antipene”, siempre moviéndonos
en una escala gradual, donde el punto medio se situarían las mujeres que ni les
agrada ni les causa rechazo. Posiblemente aquí nos encontremos también con
mujeres que fluctúan entre la erotofilia y la erotofobia[1], según su agrado o rechazo
del miembro viril, aunque por supuesto, está relación no se cumpla en todas las
circunstancias. En cualquier caso, es importante saber que en una relación erótica,
el pene es solo un factor más del juego, ni el único, ni el protagonista, las
relaciones basadas únicamente en la genitalidad pierden parte de su potencial,
pues dejan de lado otras manifestaciones eróticas de gran magnitud, que aportan
a la relación mayores satisfacciones.
En definitiva, nuestra mente es
la gran protagonista en cada encuentro erótico que mantenemos, es la que nos
sugestiona favorable o desfavorablemente; nuestras expectativas pueden
alentarnos hacia un orgasmo supremo o hacia la hecatombe, un mismo sujeto puede
ser el mayor amante para alguien en concreto y un amateur para otra persona,
pues todo depende de lo que llevemos en nuestra mente antes de comenzar la relación
erótica. Por lo que no estaría demás despejar la mente y dejarse llevar por las
sensaciones.
[1]
Erotofilia: actitud positiva que
mantenemos con respecto a todo lo sexual y erótico, no albergando sentimientos
de culpa, ni rechazo sobre estas conductas, por lo que las personas
erotofílicas pueden hablar abiertamente de sexo, sin sentirse mal por ello.
Erotofobia:
actitud negativa hacia todo lo sexual y erótico, que conlleva a que las
personas se sientan culpables al hablar de sexo o mantener conductas de esta
índole.