Cambios en tu respiración, en tus
pupilas, en la forma de acudir y de esperar a que el semáforo se ponga en
verde, ya no caminas como antes, algo te ha tocado y ha modificado alguna de
tus neuronas más aventajadas y eso me hace tan inmensamente feliz.
Me miras distinto, como esperando
a que ambos juguemos a lo mismo y tienes miedo, mientras yo intento relajarte
con la calefacción de mi cuerpo y sin querer te quedas casi dormida, pero
despiertas súbitamente para volver a mirarme por si he vuelto a cambiar de
nuevo mi estrategia, no hay estrategia, solo me dejo llevar por tu olor descafeinado
con tintes de vainilla genéticamente compatible.
Yo también tengo miedo, más que
nunca porque amo tu libertad, no quiero volverme un guardián de los celos de mi
alcoba, porque lo insano ya me ha visitado muchas veces en el pasado y ahora
que siento que la bestia se fue a las antípodas y que ni siquiera me envía postales
desde Nueva Zelanda, no quiero despertarme mañana y tenerla de nuevo mirándome con
sus ojos rojos encolerizados dispuesta a transformarme de nuevo en la “insanidad”
personificada. Por eso estoy sinceramente asustado, pero con un cosquilleo en
el estomago cada vez que de reojo vislumbro tu sonrisa lisonjera.
Pero intentamos negar lo evidente
y lo sabes, que algo ha cambiado entre los dos, que necesitamos otras cosas del
otro, necesitamos su sombra, su cobijo, su anhelo, su escaparate azul, su
cuerpo desnudo con gotas de sudor silencioso, pues las paredes oyen tus gemidos
y nos delatan, que nadie sabe que estas en casa escondida, vistiéndote pero
queriendo seguir desnuda, contraponiendo los designios del hoy con las ganas
del mañana y nos tenemos muchas ganas, todas las ganas, es lo que te apetece, muérdeme
otra vez pero esta vez que la sangre no pare.
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