lunes, 4 de febrero de 2013

Erotofilia y erotofobia. Dos maneras opuestas de entender las relaciones eróticas.

Vamos a entender por relaciones eróticas toda aquella conducta con contenido sexual que va más allá de la penetración, abarcando a esta, pero añadiendo los abrazos, caricias y besos, entre otras conductas y gestos de carácter amatorio, dando importancia por igual a todas ellas, no distinguiendo entre preliminares y la penetración, pues todo forma un conjunto con igual relevancia.

Los seres humanos somos seres sexuados y sexuales, donde el sexo es una parte heredada de la conducta animal, puesto que la gran mayoría de especies se reproducen a través del dimorfismo sexual, es decir con dos tipos de órganos diferentes (los del macho y los de la hembra), pero los humanos vamos más allá del puro acto animal, por lo que distinguimos entre sexo y sexualidad.

Si el sexo es algo innato, ya que tanto seres humanos como animales lo llevamos a cabo de la misma manera, la sexualidad es puramente humana, es un elemento básico de nuestra personalidad, abarca mucho más allá de la  genitalidad, invadiendo todos los espacios de la vida de una persona, su yo, su psicología y sus relaciones sociales. La sexualidad tiene muchas funciones que se expanden más allá de la reproducción, pues con ella encontramos momentos para el placer, para la intimidad, para la comunicación, para el afecto, para la ternura…., comprendiendo todas las etapas de la vida de una persona, desde su nacimiento hasta su muerte.

Y como parte integrante de nuestra personalidad y en gran medida acotada por la cultura en la que vivimos, podemos mantener posturas a favor o en contra de la sexualidad. Si mantenemos una postura a favor, diremos que somos personas erotofílicas y por el contrario si tenemos ideas y creencias en contra de la sexualidad, podremos decir que somos erotofóbicos.

Así pues podemos definir la erotofilia como la actitud positiva que mantenemos con respecto a todo lo sexual y erótico, no albergando sentimientos de culpa, ni rechazo sobre estas conductas, por lo que las personas erotofílicas pueden hablar abiertamente de sexo, sin sentirse mal por ello. Mientras que podemos definir erotofobia como la actitud negativa hacia todo lo sexual y erótico, que conlleva a que las personas se sientan culpables al hablar de sexo o mantener conductas de esta índole. Como indica la página www.fobias.net, la erotofobia es: “un persistente, anormal y injustificado miedo al amor sexual o a las preguntas de índole sexual. Este término es utilizado por los psicólogos para describir la sexualidad en la escala de la personalidad. Los erotofóbicos tienen altos puntajes en una escala que se caracteriza por expresiones de miedo y culpa respecto al sexo. Es poco probable que hablen de sexo, tienen más reacciones negativas con respecto al material sexualmente explícito y tienen relaciones sexuales con menor frecuencia y con menos compañeros a lo largo del tiempo[1]”.

El catedrático de Psicología de la Sexualidad de la Universidad de Salamanca, Félix López Sánchez, en su libro: “La educación sexual (2005)” nos ofrece un cuestionario para saber si tendemos a conductas erotofílicas o erotofóbicas, en el cual debemos responder en una escala que va desde máximo acuerdo (1) a máximo desacuerdo (7), según nuestra opinión sobre el ítem seleccionado. Hay una escala reducida, en la que se acortan el número de ítems utilizados.

Desde la educación afectivo-relacional partimos de una concepción erotofílica de la sexualidad, puesto que esta pertenece al mundo de la salud emocional y física, y por ello debemos apartar mitos y creencias erróneas que durante siglos han hecho tanto daño a la humanidad, cargándonos de miedos irracionales y sentimientos de culpa que hemos de desterrar de una vez por todas. Todos merecemos ser felices en todos los ámbitos de nuestra vida, y en este, en el sexual, tan importante como es para el ser humano, tenemos que  concebir a la sexualidad desde el lado positivo, pues es una fuente de riqueza, placer y salud, tan grande como el propio ser humano.



[2] Datos del cuestionario hallados en: López, F. (2005) La educación sexual. Biblioteca Nueva: Madrid.

sábado, 26 de enero de 2013

La idealización en el enamoramiento

Todo estado de enamoramiento pasa por un proceso denominado: idealización.

Podemos definir la idealización como un proceso transitorio de distorsión de la realidad que afecta a la forma en la que vemos al ser amado, dándole un valor extremadamente positivo, negando cualquier atisbo de fallo en su personalidad. La idealización es un sesgo en las atribuciones de las conductas del enamorado, es decir, todo lo bueno que hace el otro se debe a su personalidad agraciada y todo lo negativo que podamos intuir se debe a factores externos “él no es así, son las circunstancias que le llevaron a comportarse de esa manera”. Por lo que el ser amado no hace nunca nada malo y si lo hace no se debe a su personalidad.

Con la idealización creemos ver en el otro lo que nos falta o complementa, lo que encaja con nuestras perspectivas de lo que es una pareja y de lo que puede ser con él una relación, vemos lo que queremos ver, lo que necesitamos ver. El otro se convierte en una figura moldeada por nuestras expectativas y deseos, no es real, es una imagen ideal, más tarde la propia realidad se encargará de redefinir quien es el otro, en su verdad intrínseca. No queremos ver en el enamorado nuestros propios fallos, nuestras frustraciones presentes y pasadas, por lo que construimos un futuro tan bello como irreal, pero necesario, en un principio.

Este proceso es necesario para poder mantener después un estado de apego con la persona enamorada, ya que si desde el principio viéramos todos los fallos de forma objetiva, muy posiblemente frenaríamos el proceso de seguir conociéndolo pues seguramente no nos compensaría. Con la idealización, nuestro cerebro gana tiempo para empatizar con el otro, cogerle cariño e iniciar  un estado de admiración que es el que protegerá al enamoramiento en su recorrido. Nos engañamos a nosotros mismos en pro de ganar tiempo para que después al ver al otro tal y como es, ya se haya producido un vinculo difícil de borrar, pues al mirar atrás recordamos todo lo bueno del otro y esto nos será útil para cuando comiencen las dificultades  en la convivencia; la idealización promueve un saldo positivo sobre la relación, del que hay que tirar cuando estalla una crisis.

Así cuando estamos idealizando al otro es cuando más cerca queremos estar, cuando más cosas queremos hacer a su lado, cuando más brilla el sol en nuestras pupilas. Es un tiempo ganado, una remuneración amorosa, un plan de pensiones para cuando aparezcan las "vacas flacas".

Y a parte de ver al otro como el ser magnifico, también él muestra su parte positiva, es un doble proceso. Puesto que queremos enamorar al otro y por ello mostramos lo mejor de nosotros, acallamos nuestras pequeñas locuras que puedan asustar al enamorado y encima este nos ve como seres superiores, es la conjunción perfecta para el crimen perfecto.

Pero esta idealización no dura siempre y la realidad acaba imponiéndose. Esto conlleva a que la pareja ha de ir reestructurando la visión del amado, conforme se convive con él, puesto que un cambio brusco, es decir, ver de repente al amado tal y como es sin que haya ido produciéndose una acomodación, es un golpe muy fuerte que puede acabar con la relación. Por ello lo ideal es que este proceso se vaya produciendo lentamente, progresivo, para que la pareja se acomode a la verdadera personalidad del otro, sin traumas ni desengaños.

Una idealización sobre el otro equilibrada, conlleva a que el enamoramiento siga su curso sin problemas y que al pasar al periodo de realidad, no surjan grandes traumas ni desengaños, puesto que las expectativas, aunque altas, no eran desorbitadas. Por el contrario una idealización exacerbada puede contribuir a un desengaño mayor, pues ya se sabe que la caída duele más cuanto más altos estamos.

En definitiva, la idealización es necesaria para adquirir un futuro vínculo de apego con el ser amado, es un saldo a favor, pero esta debe ser equilibrada y ha de ir cesando gradualmente para no chocar de manera frontal con la realidad y que se produzcan desengaños y traumas que afecten mortalmente a la relación.

domingo, 6 de enero de 2013

A esa pequeña melancólica que se cruza en mi camino.

No puedo explicar porque elegí ese camino, no me gusta creer en el destino ni en la fatalidad de que la tostada siempre cae por el lado de la mermelada, no tengo supersticiones en mis bolsillos y me da dentera creer en hadas, pero no puedo explicar porque sabía, antes de llegar, que caminaría hacia ti sonriente como si te conociera de toda la vida o como si la vida nos conociera a los dos y quisiera presentarnos formalmente. No puedo explicar porque tu melancolía se respiraba en el aire, como el olor del pastel de unos dibujos animados y yo con los pies por encima del suelo, igual que un fantasma embriagado, me acercaba a ti. Y te vi. Con esos ojos vivos, con esa cara de pequeña, con esos brazos abiertos y nos quedamos sorprendidos y desde entonces no quisimos despegarnos, por si acaso era un sueño, un espejismo, o las ganas de sexo que nos hacían creer que alguien estaba al otro lado. Después te convertiste en fuego, en saliva, en piel, lubricando todo mi estado, y necesitábamos contárselo a la almohada. Esperamos sin dormir hasta que las ruedas y el volante de esta aventura nos condujeron al mar, a la soledad, a la pasión desesperada.

Hoy aun nos quedan ganas de volver a conocernos cada día un poco más, a emborracharnos sin querer mientras el sol nos invita a entre-cerrar nuestros ojos a causa de su fuerte vitalidad, a comer pequeños bocadillos que nos duran una eternidad, a sonreír y volver a besarnos. Quieres hacerme el amor me dices, mientras sonríes coqueta e intensa y yo te muerdo la oreja para no dejarte pensar en otra cosa que no sea imaginarnos a ambos desnudos en alguna playa nudista de las afueras de nuestro ser.

Y te alejas, pero intuimos que volveremos a conectar, pese a los miedos del pasado y las incertidumbres del futuro, porque al fin y al cabo somos valientes, y deseamos ser compatibles al entrelazar las manos, al arrojar ideas y al saborear el placer del erotismo carnal y salvaje. ¿Será la ventana de tu cuerpo compatible con la persiana del mío? Sabes que deseas averiguarlo, espérame donde te dije y pronto lo sabremos.

viernes, 4 de enero de 2013

La importancia de la honestidad en las relaciones afectivas.

Según la Real Academia Española la palabra honestidad hace referencia a aquel que es decente, decorosorecatadopudorosorazonablejustorecto honrado. Es una cualidad humana que ensalza la sinceridad y la verdad. La persona honesta busca la verdad para sí mismo y para los demás.

El pensador chino Confucio distinguió tres tipos de honestidad:

Ø  Li (nivel superficial): acciones encaminadas a cumplir los propios deseos, demostrando sinceridad en ello.
Ø  Yi (nivel profundo): conocido como la bondad. No se persigue el propio interés sino alcanzar el principio moral de la justicia, a través de la reciprocidad. La persona es honesta consigo misma con respecto a sus obligaciones y deberes.
Ø  Ren (nivel más profundo): conocido como empatía, donde la persona ha de autocomprenderse primero para después poder comprender a los demás. Se basa en la frase: “trata a los demás como te gustaría que te trataran a ti”.

Así pues una persona honesta busca la verdad, la ofrece y para ello se basa en la bondad de sus acciones, apoyándose en la reciprocidad y la empatía, alcanzando dicha honestidad cuando primero se conoce a sí mismo para después conocer y respetar a los demás.

Y en las relaciones de pareja la honestidad ha de ser la base de su vínculo, de la que se parte y a la que se llega con sinceridad, esfuerzo y motivación. Y como hemos dicho, esta se alcanza primero, conociéndose uno mismo, sabiendo que se desea de la vida, estando al tanto de nuestras propias emociones, sensaciones y sentimientos, no camuflándolos ni engañándonos a nosotros mismos, ni reprimiéndolos. Pues cuando reprimimos o camuflamos lo que sentimos o necesitamos, estamos autoengañándonos y engañando a nuestra pareja, fomentando el alejamiento y la separación, ya que al esconder lo que deseamos o sentimos, vamos acrecentando una bola de frustración y desdicha la cual acaba explotando y arrasando con nosotros, con la pareja y en definitiva con la relación.  

Entonces debemos mostrarnos sinceros con el otro, exponiendo que necesitamos y que sentimos, no de forma impulsiva, sino eligiendo el momento adecuado con la intensidad conveniente, controlando pero no reprimiendo. Si lo hacemos de esta forma, nuestra pareja sabrá en todo momento quiénes somos y qué necesitamos, nos conocerá y reconocerá y la relación podrá ser fluida, reciproca, empática y envuelta en complicidad, y todos estos ingredientes ayudan a que nuestra historia de amor sea sana y saludable.

Y recuerda: “Tú eres lo mejor que te ha pasado en la vida”, si aprendes a conocerte y a quererte, podrás ser honesto contigo mismo y con los demás, y alcanzarás la intimidad y madurez necesaria para mantener un vinculo sano con las personas que te rodean, entre ellas, tu pareja.

domingo, 23 de diciembre de 2012

Las cargas emocionales. Nuestros recuerdos pasados afectan a las relaciones futuras.

Conforme pasan los años y vivimos experiencias nuevas, vamos incorporando en nosotros dichas vivencias de forma positiva pero también negativa, a esta última forma la podemos denominar: carga emocional.

Por cargas emocionales entendemos, todas las emociones intensas negativas que vamos absorbiendo de manera tanto consciente como inconsciente, que no se superan, ya que quedan ancladas en nosotros, afectando de forma perjudicial a las futuras relaciones que mantenemos.

En la serie popular llamada: “Cómo conocí a vuestra madre”, en uno de sus episodios más conocidos, mencionan este concepto, desde una perspectiva tan sincera como divertida, enfocando las cargas emocionales como maletas invisibles que cada persona lleva consigo, descubriéndose cuando mantenemos una conversación, pues estas son expulsadas al exterior de una forma u otra, como por ejemplo, la carga del protagonista es que le dejaran plantado en el altar y está carga provoca que le cueste confiar en las futuras parejas que va encontrando.

Las cargas emocionales funcionan a modo de profecía autocumplida, pues son emociones provocadas por situaciones que no queremos volver a repetir ni sentir y al intentar evitarlo, podemos acabar provocándolas, pues al pensar en ellas las proyectamos en los demás.

Estas pueden ser muy diversas, comenzando a tenerlas desde la infancia, ya que la relación familiar marcará de forma importante nuestras primeras cargas emocionales que arrastraremos durante toda la vida. La relación con nuestros padres, el fallecimiento de ellos cuando éramos pequeños, las malas interacciones, etc., forman un abanico amplio de posibilidades de almacenar dichas cargas. Y de adultos quizás vayamos buscando todo lo contrario que tuvimos de pequeños, en cuanto a afectos y cuidados o deseamos exactamente lo mismo, según cada caso. Si un padre o madre nos marcó de una forma u otra posiblemente vayamos rechazando, si esta marca es negativa, a las futuras parejas que nos recuerden dichos aspectos nocivos que no queremos volver a vivir o incluso al intentar rechazarlas, hay una especie de atracción invertida por la que cuanto más intentamos huir de dichas experiencias mas cercanos acabamos de ellas.

Y cuando buscamos pareja, al interactuar, tanto nuestras cargas como las del otro antes o después se ponen en juego. Estas suelen quedar ocultas en el proceso de enamoramiento conocido como idealización. Dicho término se define como el proceso por el que no vemos al otro como es sino transformado a como queremos verle nosotros, es un ideal, el otro se ve perfecto, genial, único, pero solo es una visión trastocada de la realidad, creada por nosotros mismos. Durante este proceso las cargas pueden ya haber sido expuestas, pero la idealización no nos deja avistarlas, y las relegamos como factores externos, es decir lo malo o extraño que hay en el otro, no se debe a su personalidad sino a una circunstancia externa que nada tiene que ver con él, cuando en realidad esta carga ha empezado a ser una parte importante de la personalidad del amado.

Nuestras cargas afectan directamente a la calidad de la relación y cuanto más inconscientes son estás más difícil es verlas en nosotros mismos y más complejas se tornan. Toda experiencia negativa de corte traumático es una carga emocional, si nuestra anterior pareja nos dejó por otro, si nos dejaron plantados en el altar, si nuestras experiencias familiares fueron difíciles, todos estos traumas, aparecerán antes o después, como fantasmas, en nuestras relaciones amorosas.

El primer paso es reconocer que las poseemos, debemos pensar en nosotros mismos, meditar qué nos da miedo y porque, qué experiencias pasadas no queremos volver a repetir, de qué tipo de personas o de relaciones huimos, pues la reflexión promueve el autoconocimiento y al autoconocernos podemos hacer frente a estas cargas, llegando a redimirnos, perdonar y perdonarnos a nosotros mismos, aceptándolas y superándolas, sin pasar por la represión, pues al conocerlas, podemos sacarlas fuera y controlarlas, no quedando reprimidas en nuestro inconsciente.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Relación entre la identidad y la capacidad de intimidad en las relaciones de pareja.

A la hora de formar pareja, es muy importante haber consolidado nuestra identidad, como afirma el psicoanalista Erikson (1902-1994): “La condición para formar pareja es que cada uno debe ser uno mismo, debe haberse encontrado consigo mismo o haber llegado a ser uno mismo”.  Consolidar nuestra identidad significa poseer la capacidad de saber qué queremos, pues tenemos una idea de hacia dónde queremos ir en diversos aspectos de nuestra vida, qué no deseamos, y cómo se orienta nuestra personalidad, sabiendo lo que podemos dar a los demás y lo que necesitamos recibir de estos.

Parece que esta identidad se perfila hacia los veinte años, cuando vamos terminando nuestro proceso adolescente, pues como dice Pallarés: “En torno a los veinte años es cuando el sujeto tiene capacidad para desarrollar la verdadera intimidad y superar la crisis o reto de esta etapa”.

Al conocernos mejor a nosotros mismos, podemos empezar a ser capaces de mostrar a la pareja que queremos de la relación y de la vida en general y que podemos darle y ofrecerle, tenemos un camino marcado de valores que deseamos para nosotros, pues antes de alcanzar el conocimiento de nuestra identidad, somos como un barco a la deriva, que no se conoce a sí mismo y que cualquier vendaval puede arrasar, dificultando la calidad de nuestra intimidad con el ser amado.

Mantener una relación amorosa antes de conocernos a nosotros mismos, puede provocar que esta se convierta en una relación de dependencia, ya que al no conocernos, nos dejamos llevar por el otro, hasta que un día sabemos que ese no es el camino que queremos recorrer y abandonamos la relación, puesto que nuestra identidad está siendo socavada por el amado, y empezamos a sentir que nos estamos perdiendo, que ya no somos nosotros mismos, en definitiva,  nos perdemos, y esto es una señal inequívoca de que algo hay que cambiar.

La intimidad sana y real necesita y se nutre de conocimiento propio, de que cada miembro de la pareja se conozca a sí mismo y ante este conocimiento, pueda abrir sus puertas al conocimiento del amado, dejando que la idealización inicial no sea tan arrolladora, pues uno se deja llevar por las chiribitas del los ojos del amado, pero no se pierde en ellas, como de nuevo afirma Pallares: “la intimidad se hace más profunda y consolida tras haber logrado el sentido de la identidad”.

Por lo que una intimidad de calidad, se consigue cuando ambos miembros se autoconocen y autoexploran, entienden la importancia de amar al otro sin perderse ellos mismos y esto se logra teniendo claro el concepto que cada uno tiene de sí,  el denominado autoconcepto. Este se define como la capacidad que tiene un individuo para describirse a sí mismo, sabiendo las características que le definen como persona, manteniendo un autoconcepto claro cuando la persona se describe sin ambigüedades, siendo consciente, coherente y estable con respecto a lo que sabe de sí mismo; y cuanto más claro tenga su autoconcepto mejor relación podrá tener con la persona a la que ama, pues alcanzará una mayor satisfacción y compromiso en su relación de pareja. Por lo que el dicho manido de “ámate a ti mismo antes de amar al prójimo”, sigue estando vigente para nuestras relaciones amorosas, y amarnos a nosotros mismos conlleva a que poseamos una autoestima adecuada (autoestima: conjunto de características positivas y negativas que creemos que tenemos) Y con autoestima adecuada me refiero, a que esta no sea baja, pues en este caso la persona puede mostrarse demasiado sensible al rechazo social, y a las señas de indiferencia de los demás y en el caso que nos ocupa, de la pareja, por lo que desea constantemente la aceptación de esta, con las consecuencias negativas que acarrearía: dependencia afectiva, agobio por parte del amado, celos, etc. Y la persona puede acabar con una autoestima que depende en exclusiva del estado de la relación, cuando nos va bien, nuestra autoestima se equilibra, cuando discutimos o nos peleamos, esta baja y caemos en dependencia y la necesidad de arrástranos por el otro, para recuperar dicha autoestima.

Por otro lado si la autoestima es demasiado alta, puede desembocar en narcisismo y egoísmo, poniendo nuestros intereses por encima del amado, ya que uno acaba amándose más a si mismo que a la pareja y si no se cumplen nuestros deseos, la insatisfacción y el conflicto están garantizados.

Por lo que lo ideal sería mantener una autoestima sana, sin desequilibrios, manteniendo la compostura, no dejándose avasallar por el estado de enamoramiento y alejándose del amor adictivo y obsesivo.

En definitiva, conocernos a nosotros mismos, conformar nuestra identidad, manteniendo una autoestima sana y un autoconcepto claro, es esencial para mantener un vinculo afectivo y una intimidad adecuadas y saludables con nuestra pareja. Debemos reflexionar sobre qué queremos de la vida, de las relaciones amorosas, de las relaciones eróticas, qué estamos dispuestos a ceder y qué no deseamos en absoluto, y aunque somos seres en continuo cambio, transformadores y transformados, también tenemos que tener claras ciertas directrices por las que deseamos movernos, siendo estas lo suficientemente flexibles para adaptarnos a los cambios, pero lo suficientemente estables como para saber quiénes somos y cuál es nuestra identidad, con el objetivo, en cuanto a las relaciones amorosas, de poder brindar al amado la intimidad saludable que se merece.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Me apetecía hablar contigo.

Me apetecía hablar contigo, volver a sentir tu piel bajo las palabras, camuflada, sensible, mágica, necesitaba oír un poco de tu alegría, tu locura juvenil, que un rayo de luz me atravesara con tu verbo, con tu adjetivo, tan fuerte, tan tú, que increíble es verte libre y amando el mar, pero le envidio tanto, envidio a aquella persona que ahora se está cruzando contigo, sin saber que tu eres tan grande en ese cuerpo tan pequeño, tan mágica en este mundo sin sabor, ¿cómo me he podido equivocar tanto? Quise ir quitando poco a poco cada pluma de tu libertad, como si me pertenecieras, como si yo odiara tu plumaje, pero era tan solo miedo, miedo a ser yo mismo y que no te gustara, y antes de que quedaras desplumada decidiste anidar donde el viento no te hace daño, que tonto fui al querer comprarte una jaula de plata, cuando tu necesitabas un mar de oro, una extensa colina de cuidados y a la vez de independencia. Ya no puedo volver atrás y me da tanta rabia, me miro en el espejo y veo a un viejo cazador que ha perdido su presa, yo no quiero ser ese, yo quiero ser un pájaro como tú, que coincide de vez en cuando volando a tu lado, que se posa en una rama y tú, porque lo deseas, te paras a mi lado y me sonríes, y puedes irte cuando quieras, pero permaneces, coqueta, sensible, humilde y muy viva, y al saber que eres libre no te molesta perder un poco de tu tiempo a mi lado, he incluso me guiñas un ojo para que te siga. Eso fue al principio antes de que me volviera un cazador despiadado, mi metamorfosis ha provocado este desencanto. Me apetecía hablar contigo para que me recordaras donde vive la felicidad y como se consigue.  Echo de menos tantas cosas de ti, que parece que te has quedado incrustada en mi ADN, en mi cerebelo, en mi hipocampo, en mi memoria y nadie va a poder borrarte. Me decías que te sentías una más de un montón de colecciones, pero es tan al revés, eres tan gigante, tan superlativa, que nunca podrías ser una más, nunca serás una más vayas a donde vayas, serás un ser autentico, con luz, con sabor intenso, con tus rizos morenos que delatan que puedes llegar a ser muy coqueta, con tu mirada viva que enciende la oscuridad y apaga la tristeza, con la dulce melodía de tu voz que aun escucho y que no quiero olvidar, ese timbre tan característico que me fascinaba, cerraba los ojos y te oía cantar susurrando a mi lado y sabia que quería ser esa persona que habitaba tan cerca de ti.

martes, 4 de diciembre de 2012

La importancia de la asertividad en las relaciones de pareja. Un tercer grupo: los manipuladores/chantajistas emocionales.

Las relaciones de pareja sanas basan su comunicación en un sistema complejo de interacciones donde prima el respeto hacia el otro y hacia uno mismo, este tipo de relación comunicativa se denomina asertividad.

Podemos definir asertividad como la capacidad del individuo para expresar sus sentimientos y emociones de forma adecuada sin mostrarse agresivo ni pasivo, procurando que los demás también puedan expresarse libremente, no violando los derechos de estos ni los suyos propios. Para el psicólogo A. Lazarus la asertividad es: “El reconocimiento y la expresión adecuada de cada uno de los estados afectivos”. Por su lado uno de los gurús de la Inteligencia Emocional, D. Goleman nos explica que la asertividad consiste en “expresar los sentimientos directamente. Algo muy distinto a la agresividad y la pasividad (Goleman, 2004)”. Así pues cuando nos mostramos asertivos es cuando somos capaces de hablar de lo que sentimos sin dañar al otro y sin causarnos daño a nosotros mismos. La asertividad es uno de los elementos que se incluyen dentro de las habilidades sociales del ser humano y sabemos que las personas que son emocionalmente inteligentes, usan esta forma de comunicación habitualmente, pues forma parte de su personalidad.

Dentro de las teorías más influyentes sobre la asertividad se habla de dos polos opuestos que se alejan de esta, estos polos son: la pasividad y la agresividad.

PASIVIDAD----------------------ASERTIVIDAD------------------------AGRESIVIDAD

Una persona interactúa pasivamente cuando  esta no expresa directamente sus sentimientos, pensamientos y deseos y se intentan comunicar éstos indirectamente o se ocultan por completo. Se confía en que los demás adivinen lo que queremos o lo que sentimos. No se violan los derechos y/o sentimientos de los demás, pero se permite que los propios estén desatendidos. Por lo que una pareja pasiva seria la que hace todo lo que el otro quiere, a pesar de que por dentro piensa que no desea hacerlo y esto le causa malestar y frustración. Muchas parejas pasivas suelen cansarse de esta posición y acaban abandonando la relación, dejando al cónyuge atónito, pues realmente nunca supo, ya que su pareja no lo mostraba, que estaba muy molesta haciendo cosas que no quería, llegando al punto de que lo único que puede hacer la persona pasiva es alejarse de la relación, pues se ha deteriorado hasta puntos insospechables (sobre todo para el amado que no se percataba de nada de lo que ocurría). Es muy importante no caer en la Paradoja de la espontaneidad, esto es, creer que el amado/a por el mismo hecho de serlo debe saber todo lo que desea la otra persona sin tener que pedirlo, pues si lo pedimos ya no lo haría por amor sino porque nosotros se lo hemos demandado y creemos erróneamente que este gesto se vuelve falso y ya no lo deseamos. Para que una relación funcione hay que pedir siempre lo que se desea, sin dañar al otro, manifestándonos, como estamos comprobando, de manera asertiva.

En el  otro polo se posiciona la conducta o interacción agresiva. Se actúa de esta forma cuando la persona expresa lo que siente, lo que quiere y lo que piensa a costa de los derechos y los sentimientos de los demás y tiende a humillar y a atacar cuando no puede salirse con la suya, fomentando la culpa y el resentimiento en los otros, no promoviendo la negociación ni el diálogo. Las relaciones acaban resintiéndose mucho  cuando un miembro de la pareja actúa de este modo, porque al final el otro, se siente frustrado, resentido y continuamente castigado, haciendo que la relación se ahogue. Cuando se establecen patrones claros de ganador y perdedor siendo uno de los miembros el que gana siempre y el otro el que pierde, la relación puede quedar vista para sentencia con bastante probabilidad, por ello esta forma de comunicarse tampoco parece la más efectiva para mantener sana una relación.

Ahora bien, a título personal, esta teoría clásica de los polos opuestos me parece algo reduccionista, porque creo que hay otro grupo de personas que no siendo ni agresivas ni pasivas tampoco interactúan de la forma adecuada, pues acaban consiguiendo lo que quieren a costa de hacer sentir culpable al otro, sin tener que mostrarse agresivos, es el grupo que yo he denominado como Manipuladores/chantajistas emocionales.
Los denominados manipuladores/chantajistas emocionales, no utilizan la agresividad de forma explícita pero tampoco se quedan enmudecidos, ya que intentan aprovecharse del otro y salirse con la suya a costa de chantajes emocionales y manipulación, provocando que uno acabe haciendo las cosas que ellos quieren, en el nombre del amor o de la amistad, por ejemplo. Utilizan frases del tipo: “si me quisieras harías esto por mí, parece que no estás enamorado/a de mí”  o creen que te están dando un consejo por tu bien, pero en realidad quieren sacar algún tipo de provecho: “deberías hacer esto, sería mejor para tu salud y para la mía” Son mucho más sutiles que los agresivos, pero sin embargo están violando los derechos del otro con el uso de chantajes que afectan y distorsionan las emociones del amado extorsionado. Las parejas que promueven estos comportamientos acaban provocando que las relaciones se vicien y se conviertan en relaciones dependientes, puesto que el chantajeado acaba a veces optando por hacer lo que el otro quiere adquiriendo un rol de dependencia sobre el manipulador. Estas relaciones pueden ser tan toxicas o más que las anteriores dos, teniendo en común que estas tres formas de interactuar fomentan que la relación y la salud de los participantes se resientan profundamente.


Desde mi punto de vista la relación entre asertividad, pasividad, agresividad y manipulación quedaría de la siguiente manera:

                                                                                                 AGRESIVIDAD          Explicito

PASIVIDAD----------------------ASERTIVIDAD -------                                            Intensidad

                                                                                                 MANIPULACIÓN      Implícito

Por un lado opuesto quedaría la pasividad como forma de comunicarse donde uno no protege sus derechos, en medio se situaría la asertividad, como mecanismo adecuado, donde si se protegen los derechos propios y se respetan los de los demás y en el otro polo o extremo se ubicarían según la intensidad (fuerza o energía) con la que reivindicamos nuestros derechos a costa de los derechos de los demás y mostrando lo que queremos del otro de forma explícita, la agresividad, aposentada en la parte superior, pues intentamos pisotear los derechos de los demás enérgica y explícitamente y en la parte inferior tenemos a la manipulación, ya que la intensidad/energía con la que no respetamos a los demás es menor y menos explícita, pero tan dañina o más que la anterior.

En definitiva debemos tener mucho cuidado a la hora de comunicarnos con nuestra pareja sino queremos ver como nuestra relación, que pretendemos que sea sana y equilibrada, se transforme en un monstruo que arrasa con la salud psicológica y física de los asistentes enamorados.

lunes, 3 de diciembre de 2012

El vendedor de humo: toda tú.

No sé cómo he llegado hasta aquí, hasta la rendición, hasta el desplome de las armas y de las flores, no tengo ni idea de quién soy, me he perdido de nuevo, te he perdido a ti. Eras tan intensa, tan jovial, tan sana para mis neuronas, que parece que me he molestado lo bastante para acabar con todo lo bueno que existía, me he esforzado en hacerte sentir lo suficientemente mal como para salir a beber sin compañía, como para caminar en soledad, como para desnudarme y quedarme tan transparente que nadie pudiera reírse de mí.  He perdido a una gran heroína, una fuerza impulsadora de alegría y me siento ahora como el vendedor de humo que te engañaba e incitaba a cometer actos impuros con la inocencia del que todo lo sabe pero nada conoce, un vendedor de humo avergonzado pues tu le has descubierto, no soy ni tan fuerte, ni tan seguro de mí mismo, ni tan buen cuidador, no soy nada de nada, solo humo oscuro que envenena tus pulmones. Pero ahora me conoces y puedes elegir sabiamente lo que te conviene; y estar con alguien que vende sustancias toxicas no creo que se la mejor opción ni siquiera la peor. Por eso te vas a alejar, dejando morir para poder vivir, para aprender a vivir mejor. Y yo me auto-compadezco, pues he perdido a alguien que me ha conocido como pocas personas y quizás sea eso, que ahora me conoces y no soy el buen ejemplo que añoras todas las noches, me miras y ya no ves lo que veías, ni lo que sentías y eso me hace pensar que cuando alguien me conoce de verdad desea alejarse, pues no eres la única que abandona esta habitación cuando sabe que la madera que la sujeta está podrida. Yo seguiré durmiendo aquí, y con mis lágrimas pudriré aun más la consumida madera, a ver si por fin se derrumba y puedo comenzar de nuevo, con la suerte de no morir en el intento. Y te necesito mucho más de lo que aparento, pues bien sabes que no se expresar mis emociones, te necesito entera, toda tú persona, pues eras un apoyo de fuerza incalculable, una fortaleza dentro de mis endebles muros de seguridad etérea  y volátil. Esta noche hablaremos de despedidas, de abrazos, de que en un futuro quizás volvamos a navegar juntos y yo mientras hablas, solo podré escuchar los pasos que te alejan de mí para siempre, porque cuando una pareja se dice hasta luego, es muy difícil que con el tiempo pueda recordar el camino que le llevaba hasta las llamas de la pasión y la cálida intimidad, pues estas sustancias son más endebles que las cenizas y con el paso del tiempo se vuelven fútiles e insustanciales, como las llaves que ya no abren ninguna puerta. Tú querrás dejar esta historia con una sonrisa con brotes de amistad o con la sensación de poder mantener una fuerte relación que va más allá de la amistad pero peor avenida que el amor verdadero y eso me va a terminar de consumir, será como regalarme balas para mi nueva pistola comprada expresamente para suicidarme, porque tienes que entender que aun así habremos perdido la parte en la que nos sentimos únicos, entendidos y abrazados con miles de sensaciones placenteras recorriéndonos mientras nos besamos, eso se habrá perdido y con ello la sensación de lo que significa habernos encontrado en este espacio y tiempo, en esta vida llena de incertidumbre.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

El ajuste Psicológico: Amar y Trabajar.

En una entrevista realizada a S. Freud, poco antes de morir,  se le preguntó por las variables esenciales para llegar a ser una persona madura y con buena salud psicológica, a lo que en contra de todo pronóstico, esperando una larga parrafada, contestó escuetamente: “Amar y trabajar”.

La pista real de esta respuesta es la referencia que hace de ella Erik Erikson, pues indicó que la había escuchado en Viena atribuida a Sigmund Freud, pero sin poder remitirla a ningún lugar concreto de entre sus obras.

 Antes de continuar vamos a definir el concepto de ajuste psicológico. Por ajuste psicológico podemos entender al proceso por el cual el ser humano se enfrenta de forma adecuada a la vida cotidiana, manteniendo un equilibrio emocional, mental y físico y se asocia al uso de estrategias de afrontamiento que le permiten mantener un rendimiento psicológico adecuado, equilibrando las necesidades internas con las exigencias ambientales. La persona que posee un ajuste psicológico se adapta mejor al medio ambiente en el que habita, no se deja afectar por los cambios y tiene una relación sana consigo mismo y con el exterior.

Para el profesor de psicología en la Universidad de Deusto, Enrique Pallarés Molins, con respecto al ajuste psicológico y en relación a la concisa pero directa respuesta de Freud, nos dice: “estar centrado y satisfecho en la vida de pareja y en la vida profesional resulta clave para el ajuste psicológico y para la salud mental del ser humano”. Parece que tanto amar como trabajar son esenciales para que las personas se mantengan en un estado equilibrado de salud psicológica y física, mantenemos nuestra mente ocupada en asuntos que hacen que olvidemos e incluso superemos otros problemas de la vida cotidiana, traumas y asuntos personales difíciles.

Por su lado, el trabajo se ha convertido en una herramienta básica para perfilar nuestra personalidad y promover la satisfacción personal, recordemos que en siglos pasados la gente se esforzaba por no tener que trabajar, pero hoy como comenta José Luis Trechera Herreros, Profesor de Psicología del Trabajo en ETEA , Córdoba: “ el trabajo ha dejado de concebirse como un lastre y una carga - “ganarás el pan con el sudor de tu frente” -, para vivirse como un cierto castigo el no poder acceder a él, con todos los problemas sociales y personales que conllevan las situaciones de inestabilidad o paro”. Hoy en día el infeliz o desajustado psicológicamente es la persona que no consigue obtener un puesto de trabajo y no como en antaño el que trabajaba. Las personas ahora desean ser agentes activos a largo plazo, quieren mantener una carrera profesional que les aporte satisfacción y plenitud, por lo que el trabajo es una de las herramientas básicas para alcanzar la felicidad, una personalidad madura y un ajuste psicológico que promueve la salud y el bienestar.

Y el amor es la otra gran pieza del puzle, la pieza que nos mueve, el motor que impulsa miles de actos, el gran responsable de que nos volvamos filántropos, el elemento que nos ayuda a explorar el ambiente de forma segura, así el amor y el trabajo pueden estar representadas por este elemento común: la exploración del entorno. El niño que mantiene un vinculo afectivo seguro con la madre, donde este recibe amor de forma adecuada, favorece que el pequeño desee explorar el entorno; se establece un equilibrio entre el amor o vinculo de la madre y la exploración del ambiente, por lo que el niño se siente lo suficientemente seguro y feliz para salir a jugar, investigar y alejarse de la madre de forma sana y equilibrada.

Cuando trabajamos, también exploramos el entorno, podemos salir atemorizados, con miedos o por el contrario con ganas de averiguar que hay ahí fuera que puede resultarnos placentero, por ello tanto el amor como el trabajo son dos fuerzas indispensables que nos ayudan a madurar, a entendernos mejor a nosotros mismos y nos aporta las ganas de salir a investigar el exterior; cuando tenemos a alguien que nos quiere a nuestro lado, salir a trabajar parece un asunto menos costoso, vamos con más ganas a todas partes, puesto que es un soporte vital para explorar el ambiente y  como afirma  Pallarés: “el adulto mentalmente sano es el que sabe armonizar la vida profesional con la relación de pareja y de familia; lo cual no siempre resulta fácil”. Mantener en equilibrio ambas facetas de la vida, es el camino seguro hacia el ajuste psicológico y el bienestar personal.

Bibliografía:

Pallares, E. (2012). Psicología del amor. Para comprender mejor esta fortaleza humana. Bilbao: Mensajero.
Trechera,  J.L: "Como gota de agua": la psicología aplicada a las organizaciones. Disponible en: http://www.psicologia-online.com/articulos/2005/organizaciones.shtml

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Despacito va cayendo

Despacito va cayendo la niebla sobre mi asfalto, despacito pero continuado como si no tuviera freno, como si al caer pudiera solucionar el que tan solo nos quedan unas pocas miradas más de calor, comprometidas, intimas, verdaderas y cómplices.

No sabes porque las nubes ya no te saben a nada, quizás porque estuviste engañada y ahora te engañas de otra manera para al final no saber quién eres, ni quién soy yo, ni quiénes somos juntos, antes abrazados, ahora con las manos en los bolsillos sin poder explicar nada en absoluto.

Y nos queda el tiempo, pero nos mata, cada minuto es un martillo pesado en nuestro frágil esqueleto, y si las lagrimas dieran frutos ahora tendríamos un huerto tan grande que podríamos vivir alimentados por siglos.

Y poco a poco la lejanía está más cerca, de la claridad hemos pasado a una sucia capa borrosa de sentimientos difusos, y te busco levemente, cada vez con menos fuerza, porque si te busco con ganas tengo miedo a tu rechazo, a tus lágrimas impotentes, a tus confusas ganas de besarme y alejarte. Quiero dejarte tranquila pero a la vez deseo saber si ha cambiado en algo tu último estado, tu último pensamiento, tu ultimo tú o al menos el tú que yo recordaba.

Y a veces hablamos como si nada, pero cuando volvemos a estar juntos recaemos en el abismo de las indecisiones. Por ello me vuelvo loco, porque cada vez que te acercas tengo miedo de que me cuentes que ya no eres tú la que habla por esa boca, y me aterra que decidas algo que solo tú quieres hacer, sin marcha atrás, sin esperanza, sin contemplaciones, por eso cada vez que me acerco a ti, muero un poquito por dentro, porque despacito va cayendo el peso del adiós.

viernes, 16 de noviembre de 2012

La actividad física y el sexo. Posibles causas del sadismo y el masoquismo.

La idea principal a desarrollar es la siguiente: La agresividad y el contacto físico en juegos o actividades deportivas en edades tempranas puede suscitar las primeras sensaciones de excitación sexual. Hecho que de adultos puede llevar a la persona a tener instintos sádicos, pues alberga en su inconsciente una sensación de excitabilidad sexual ante la agresividad, la lucha y los deportes de contacto.

Sigmund Freud (1856-1939)
Freud en sus ensayos sobre la teoría sexual nos dice “muchos individuos nos han comunicado que los primeros signos de excitabilidad de sus genitales aparecieron durante un cuerpo a cuerpo con sus compañeros de juego, situación en la cual, además del esfuerzo muscular general, actúa el contacto de la piel del niño con la de su contrincante” y añade “En la producción de la excitación sexual por la actividad muscular se hallará quizás una de las raíces del instinto sádico. Para muchos individuos la conexión entre la lucha y la excitación sexual codetermina la posterior orientación preferida de su instinto sexual”.

Puede que las primeras situaciones de agresividad, lucha y actividad física produjeran una excitación sexual de corte inconsciente o incluso consciente, hecho que quedará fijado a modo de condicionamiento en la época adulta y cuando esta persona es sometida por su objeto sexual de forma agresiva, puede sentirse excitada, el llamado masoquismo[1], o a la hora de someter al otro, el conocido sadismo[2]. Por lo que de adulto una persona que se sintió excitada de pequeña ante la lucha o el cuerpo a cuerpo (por ejemplo una persona que desde niño practicaba algún tipo de lucha como Karate o Judo) puede que albergue en él ideas masoquistas o sádicas en cuanto a la excitación sexual. Y como el mismo Freud afirma, toda persona sádica puede hospedar en sí una parte masoquista, donde necesite recibir daño físico y a la vez proporcionar dolor en el otro para conseguir una excitación sexual enérgica.

Pero no necesariamente toda persona que en la niñez se sintió excitado por el contacto físico agresivo, de adulto deba albergar ideas eróticas masoquistas o sádicas, pues otras variables pueden estar en juego para inhibir o estimular esta conducta, como por ejemplo una predisposición genética hacia estas tendencias o por otro lado, sentimientos de culpa surgidos en la infancia por una educación familiar que incitaba al menosprecio del menor, tanto cuando hacia las cosas mal como cuando las hacia bien, este menosprecio continuado, puede promover en el menor un sentimiento de culpa que de adulto desea solventar pidiendo o consintiendo ser agredido para alcanzar una excitabilidad sexual máxima, puesto que es una manera de acallar su sentimiento de culpa a través del castigo que a la misma vez provoca redención y excitación. O mantener una conducta sádica, asestando daño al objeto sexual para sentir el placer de la excitación, pues puede redimirse de su pasado perturbado infringiendo un daño en el otro y satisfaciendo así su necesidad de culpar a los demás y sentir a la vez satisfacción sexual.

Estas son posibles causas del sadismo y el masoquismo en la edad adulta, provenientes de las primeras experiencias de la infancia, pues estas marcan al niño y transforman al adulto.  Por último, no debemos considerar estas conductas como perturbaciones, si son ocasionales y están dentro del juego amoroso de la pareja y no dañan realmente a nadie, puesto que la sumisión y la dominación son dos fantasías sexuales comunes en hombres y mujeres. El trastorno surge cuando la única manera de alcanzar excitación sexual aparece con estas conductas perturbando las relaciones sanas sexuales/amorosas y además turbando negativamente a la persona que las padece puesto que en realidad desearía excitarse de otras muchas formas pero no puede.

Todo juego sexual incluso con toques perversos puede ser tolerado y sano mientras no se dañe la dignidad de ninguna de las personas que están participando.

Bibliografía:

Freud, S. (1983) El yo y el ello. Tres ensayos sobre teoría sexual y otros ensayos. Madrid: Ediciones Orbis
Datos sobre sadismo y masoquismo en Diccionario Psicológico, Proyecto Salón Hogar, disponible en: http://www.salonhogar.net/Diccionario/diccionario_psicologico_R_S.htm



[1] Masoquismo: Trastorno psicosexual en el que la excitación sexual se consigue a través del dolor físico o la humillación infringida y/o solicitada por un miembro de la pareja a otro.
[2] Sadismo: Trastorno psicosexual en el que el sujeto obtiene placer del acto de infringir dolor y humillación a otra persona para satisfacer sus deseos sexuales.

sábado, 3 de noviembre de 2012

La falta de toma de decisiones en la pareja. La abulia.

Vamos a entender como falta de toma de decisiones a la carencia de respuesta ante un suceso o pregunta, puesto que el individuo no sabe qué hacer o no le apetece pensar en ello. Podemos clasificar la falta de toma de decisiones en dos vertientes:

¨       Falta de toma de decisiones ante sucesos o acontecimientos importantes, como elegir un lugar donde vivir con la pareja, si casarse o permanecer como pareja de hecho, etc. Son decisiones importantes para la historia de vida del individuo y/o de la relación.

¨       Falta de toma de decisiones ante sucesos cotidianos de menor importancia, como decidir si se va al cine o a un restaurante, si se elige cine, qué tipo de película ver, si se va al restaurante a qué tipo de restaurante, etc. Son decisiones menores que aparecen de forma constante a lo largo del día, cotidianamente.

Toda relación de pareja está condicionada por ambos tipos de decisiones, el problema proviene cuando ninguno de los miembros de la pareja toma la voz cantante en ninguna decisión.

Si nos remitimos al pasado a la forma tradicional de relación entre hombres y mujeres, el varón se erigía como el miembro dominante, donde la toma de decisión la adoptaba unilateralmente él, en la mayoría de los casos, y cuanto más relevante era la decisión a tomar más levantaba la voz para hacerse imperar, mientras que la mujer permanecía en su rol de sumisión. El problema entonces venía de los sentimientos de impotencia, desvalorización y frustración de la mujer, puesto que quedaba relegada a un segundo plano, en decisiones que atañían a su futuro individual, como ser humano.

Gracias al avance de las sociedades modernas como la nuestra, la mujer ha adquirido una igualdad merecida pues ya puede tomar tanto decisiones cotidianas como ayudar, en las mismas condiciones, a su pareja a adoptar, entre ambos, decisiones de gran calado para la relación. Tanto el hombre como la mujer son libres para tomar decisiones.

El problema aparece a hora desde otra trinchera, el hombre ha empezado a relegar las pequeñas decisiones y a veces incluso las grandes en las mujeres, y estas no desean tomar el mando, sino que entre ambos se lleguen a acuerdos. Algunas féminas aun están en proceso de saberse con poder como para tomar decisiones, otras siguen prefiriendo que las pequeñas decisiones las sigan tomando los hombres, pues quieren sentirse sorprendidas por la capacidad de decisión de sus parejas, por ejemplo, que su cónyuge desee invitarla a lugares que pueden ser románticos o divertidos, no quieren que el hombre pierda su capacidad de sorprender a la mujer, tomando pequeñas decisiones sobre lugares de ocio a los que acudir, por ejemplo. Pero cuando nadie toma el control de estas pequeñas decisiones, comienza el problema, que puede distinguirse rápidamente cuando oímos y/o nos encontramos en medio de frases como estas:

-¿Dónde vamos hoy?
-Donde tú quieras, elige tú
-Me da igual, elige tú.
- Mejor tú.

Y así hasta un interminable sinfín de “túes”, que al final agotan a ambos miembros de la pareja y acaban optando por quedarse en casa sin hacer nada y encima enfadados y frustrados.

En algunas parejas este desequilibrio esta siendo un hecho y al final la monotonía de la no decisión puede comerse literalmente a la relación. Los hombres que han empezado a relegar las pequeñas tomas de decisiones en su pareja, deben tener en cuenta que a muchas mujeres aun les gusta que su maridos tome la iniciativa en estos apartados de la vida en común, no siempre, está claro, pero es mucho peor que lo releguen tan despiadadamente, pues las mujeres pueden tomarse esta sumisión como un desprecio hacia la relación y una falta de interés. La mujer también desea tomar pequeñas decisiones (quieren que sus parejas hagan cosas que ellas han propuesto), pero lo que no quieren es que el hombre deje de hacerlo.

Y cuando ninguno toma las pequeñas decisiones de manera crónica, la relación puede caer en un proceso abúlico. Rojas-Marcos (2010) define la abulia como “una excesiva dificultad para tomar decisiones”. Por su lado la Real Academia Española (RAE), define la abulia como la falta de voluntad o disminución notable de energía. La falta de interés domina en la relación amorosa, produciéndose una ausencia de respuesta emocional, nada apetece, pero tampoco disgusta, nada atrae pero tampoco repele y uno queda a expensas de lo que el otro desee hacer, de forma apática, sin fuerzas. Sí ambos miembros se muestran de esta manera podemos decir que la relación ha caído en un estado de abulia o abúlico, llamando a las puertas de la monotonía y la desidia, promoviendo que la relación se resienta gravemente incluso llegando al extremo de la muerte de esta.

Se torna por ello tan importante, como siempre la palabra: equilibrio. Está claro que no siempre nos va a apetecer decidir, incluso a veces a ningún miembro de la pareja se le ocurre nada por hacer y se siente algo abúlico, es normal, en toda relación que esto aparezca alguna vez y por ello no es el fin del mundo, el problema surge cuando esta falta de decisión se vuelve crónica e imperante. Por otro lado, no podemos tomar o querer tomar siempre las decisiones unilateralmente, ni las pequeñas ni por supuesto las importantes, debe de haber una compensación o mejor dicho una sensación de compensación, entre ambos miembros, es decir, ambos tienen que sentir que hay un equilibrio entre las cosas que desea hacer un miembro y las cosas que quiere hacer el otro (aunque no haya una compensación real, pero al menos si ha de ser percibida como tal).

En definitiva, debemos buscar el equilibrio entre la carencia de toma de decisiones y la toma continua de decisión por parte de un solo miembro de la pareja, para que la relación pueda fluir y no aparezca la monotonía, el desinterés, la frustración o la sensación de sentirse ninguneado.

Bibliografía

Definición de abulia disponible en: http://definicion.de/abulia/#ixzz2AtwdwRfq.
Rojas-Marcos, L. (2010). El sentimiento de culpa. Madrid: Punto de Lectura.

miércoles, 24 de octubre de 2012

El sentimiento de culpa y los conflictos en las relaciones de pareja.

Podemos definir al sentimiento de culpa como una emoción no agradable que todos los seres humanos pueden experimentar y que sirve para guiar nuestra conducta, controlando nuestros impulsos, existiendo dos vertientes, el sentimiento de culpa real, que aparece ante un hecho objetivo o el sentimiento de culpa infundado, cuando la culpa no está justificada; el primer proceso se considera normal y el segundo puede llegar a ser patológico.

Por lo que nos encontramos ante dos tipos de sentimientos de culpa, reales o infundados:

¨       Sentimientos de culpa reales
Ante un hecho objetivo rechazable ética y moralmente una persona puede albergar un sentimiento de culpa normal, seguido de arrepentimiento. Hay una causa real que justifica que nos sintamos mal y culpables. A este tipo de culpa la psicóloga Laura Rojas-Marcos lo denomina: “La culpa real”. Para ella: “La culpa real se encuentra en nuestra conciencia de forma  que, cuando obramos mal, ésta nos indica qué hemos hecho  mal”. Este sentimiento sirve pues para hacernos rectificar sobre nuestro error, nos abre el camino hacia la empatía, pedimos perdón y nos redimimos. Cuando el sentimiento de culpa es real y somos capaces de pedir perdón por nuestro fallo al ser perdonados este sentimiento suele abandonarnos y entonces podemos volver a la normalidad, al equilibrio y la homeostasis interna.

¨       Sentimientos de culpa infundados.
Cuando no hay una causa objetiva ni real de nuestro sentimiento de culpa, este se denomina infundado. Para el escritor y colaborador de la página web Suite 101, Joan Montane Lozoya:hay personas que viven constantemente acompañadas de un sentimiento de culpa; un sentimiento limitador y autodestructivo que no obedece a ninguna causa concreta, o al menos a ninguna causa reconocible en primera instancia”. Este sentimiento de culpa castiga continuamente a la persona que lo padece, haciéndole caer en una más que probable depresión y angustia existencial. Por su parte Rojas-Marcos le da el nombre de “La culpa falsa” a este sentimiento infundado, para ella: “La culpa falsa está fundamentada en hechos de los que no  somos responsables, pero aun así nos otorgamos el sentimiento de culpa como si lo fuéramos. Nos culpamos de algo que  no nos corresponde”. Para esta autora hay dos orígenes más que plausibles para la aparición de esta culpa falsa, uno de ellos proviene de la infancia, al vivir el niño en un estado de represión y rigidez donde era castigado por infracciones leves e incluso inexistentes y por otro lado la percepción negativa de uno mismo, como indica: “No olvidemos que la autoestima se puede ver afectada de forma negativa cuando uno siente una falta de control sobre la propia vida al asumir responsabilidad por cosas de las que no se es responsable”.

Así pues parece que los seres humanos podemos albergar estos dos tipos de sentimientos de culpa, pero ¿Cuál puede ser el origen de tales sentimientos? La gran mayoría de expertos en esta materia, sitúa a la infancia como lugar clave donde pueden alojarse los primeros indicios de sentimientos de culpa que mantiene una persona sobre todo cuando estos son infundados. Si el niño convivía con familiares e incluso profesores con un carácter muy rígido que le hacían sentir culpable por toda conducta ya fuera esta apropiada o inapropiada, puede que al final este niño acabara sintiéndose culpable por todos sus actos a modo de indefensión aprendida (haga lo que haga soy culpable de lo que ocurre a mi alrededor). Para Montane Lozoya:Cuando se culpabiliza a un menor y no se fomenta su autoestima, se está transmitiendo un mensaje altamente negativo que, sin duda, va a repercutir en su etapa adulta”. Así pues parece que los aprendizajes y traumas surgidos en la edad temprana pueden repercutir en la vida adulta haciendo sentir culpable al individuo de todo lo que ocurre a su alrededor aunque él no sea participe de los hechos. Por ejemplo ante discusiones constantes o a causa de una persona maltratadora en el ambiente familiar, el niño puede sentirse culpable de las amenazas, castigos y violencia que este individuo ejerce adquiriendo el infante una culpa que no le pertenece.

Por lo que el ambiente puede condicionar a que una persona padezca sentimientos de culpa, pero también puede subyacer algún tipo de predisposición genética a este sentimiento, es decir esta predisposición al sentimiento de culpa puede activarse o no según las circunstancias que viva el sujeto, por ejemplo si vive en este tipo de familia intolerante, puede hacer que surja el sentimiento de culpa, en contraposición, otros individuos ante esta tipo de convivencia puede que nunca alberguen sentimientos de culpa infundados. Para Rojas-Marcos: “Algunos expertos la describen como el guardián de la conducta y la consideran una emoción universal e innata del ser humano. Otros  opinan que forma parte del aprendizaje y el desarrollo persona”. Desde nuestra perspectiva  tanto la genética como el ambiente son corresponsables de la aparición de este sentimiento infundado negativo, como bien indica la epigenética, definida esta por Goleman como: “el estudio del modo en que nuestras experiencias determinan el modo en que operan nuestros genes sin cambiar, por ello, ni un ápice la secuencia de ADN”.

Por otro lado hay un tipo de trastorno de personalidad, llamado trastorno de personalidad por dependencia que engloba a los sujetos temerosos, estos no toleran la soledad, ni el sentimiento de abandono,  tienen muy baja autoestima y presentan depresión y también, en el caso que nos ocupa sentimientos de culpa constantes.

La baja autoestima va unida al sentimiento de culpa, por lo que el sujeto tiene un miedo constante al abandono y al rechazo. Para Joan Montane: “Al no considerarse merecedor del amor termina por encerrarse cada vez más en sí mismo, culpabilizándose y buscando una liberación imposible a través de un perpetuo autorreproche, que no hace sino que aumentar la sensación de culpa y desvalorización”.

Por otro lado hay personas que se han asentado en un estilo de vida donde la culpa les domina, esta se ha convertido en su forma de vida, para Rojas-Marcos son personas: “que crecieron en un entorno donde  la culpa prevalecía por encima de todo y aprendieron que el  bienestar de los demás es más importante que el de uno mismo sienten un profundo sentimiento de culpa en el momento en el que se ven felices y agraciadas. En estos casos la culpa  es como una red que las atrapa y las priva de todo sentimiento de felicidad. Hay infinitas razones por las que a veces nos  sentimos culpables”

En definitiva tanto la baja autoestima, los sucesos de la infancia y el entorno y la predisposición genética a padecer un semiento de culpa infundado son los elementos más plausibles que condicionan a un sujeto a sufrir este sentimiento negativo.

Las consecuencias funestas de esta culpa son un sentimiento de inferioridad, incapacitando al sujeto a mantener cualquier tipo de criterio objetivo. El sentimiento de culpa puede llegar a ser incluso patológico, pues como afirma Montane: “La ausencia de una correcta autovaloración, junto a la incapacidad asertiva necesaria para afrontar esas situaciones del modo más apropiado, puede inducir a la persona a creerse realmente que merece lo que le está ocurriendo”. El sujeto queda desprovisto de toda racionalidad, no puede afrontar los hechos de la manera correcta y adaptada con lo que puede caer en una gran depresión y con sentimientos de ineficacia. Al final el sujeto acaba padeciendo problemas físicos y emocionales.

Por otro lado, los expertos establecen otros dos tipos de sentimientos de culpa (a los ya vistos: reales o infundados), estos son:

¨       Sentirse culpable de todo lo que ocurre a su alrededor
¨       Echar la culpa a los demás de todos los males del individuo.

Y estas dos manifestaciones tienen relación directa con el locus de control y los estilos atribucionales.

Por locus de control entendemos el grado en el que los resultados de los acontecimientos vividos son debidos a causas internas, el sujeto cree que es su propio comportamiento es el que provoca el suceso, o externas, es el azar o los demás los que provocan los hechos. Por ello se establecen dos tipos de locus de control: interno y externo.

El locus de control interno se caracteriza porque el sujeto percibe que los eventos ocurren principalmente como consecuencia de sus propias acciones. El sujeto se cree responsable de sus actos.

El locus de control externo se manifiesta cuando la persona percibe que los hechos ocurren como resultado del azar, la suerte o a causa de los comportamientos de los demás. La persona que posee este tipo de locus de control, cree que su desempeño no es influyente en los resultados de los hechos, por lo que atribuye los meritos y responsabilidades a los demás.

Por lo que podemos encontrar dos tipos de estilos de atribuciones sobre los hechos acontecidos:

¨       Estilo explicativo negativo, pesimista o insidioso de Seligman: donde el sujeto explica las circunstancias negativas debidas a causas internas, estables y globales. Provocando un sentimiento de culpa hacia sí mismo, pues cree que es el culpable de todo lo que ocurre a su alrededor, sin tener en cuenta otros factores plausibles como el azar. Este es el tipo de personas que mantendrá un sentimiento de culpa que puede provocar incluso estados depresivos, como indican y descubrieron Pilar Sanjuán y Alejandro Magallares miembros de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED): “la persona que explicó su fracaso debido a su torpeza, se sentirá más desanimada o incluso triste que la que consideró que el problema se debía a la mala suerte”.

¨       Estilo explicativo autoensalzante o positivo: explicación de los sucesos negativos debido a causas externas, inestables y específicas. Cuando algo sale bien este tipo de persona se atribuye a si mismo los logros, pero si sale mal, lo atribuye a causas externas, los demás son los que fallan y el sujeto nunca tiene la culpa. Este tipo de personas echa la culpa a los demás de todos los males acontecidos. Al individuo le sirve para proteger su autoestima, pero a cambio puede alejarse de la realidad, siendo un proceso muy poco adaptativo, pues la persona nunca se responsabiliza de sus actos y no puede crecer y aprender.

Las personas que sufren de sentimientos de culpa poseen un estilo atribucional negativo, pues creen que todo lo que hacen mal es culpa tan solo de ellos y todo lo bueno que les ocurre es debido al azar. Cambiar este estilo atribucional es básico para adaptar a estas personas a la realidad y transformar su estado negativo en uno positivo y saludable.

Por otro lado, ciertas personas pueden albergar sentimientos de culpa inconscientes a los que no pueden atribuir causa concreta como afirma Freud: “En muchos criminales, sobre todo en los jóvenes, hemos descubierto un intenso sentimiento de culpabilidad, que existía ya antes de la comisión del delirio, y no era, por tanto, una consecuencia del mismo, sino su motivo, como si para el sujeto hubiera constituido un alivio poder enlazar dicho sentimiento inconsciente de culpabilidad con algo real y actual”. Por lo que una persona que posee un sentimiento de culpa no especificado, pues no sabe la causa real de este, puede buscar argumentos externos que justifiquen tal estado mental, por ejemplo pensemos en una relación de pareja, uno de los miembros de esta, puede tener sentimientos de culpa sin causa aparente y para dar sentido a estos sentimientos, puede acometer alguna infracción contra su amado para justificar tal culpabilidad, por ejemplo enfadarse con él, buscar alguna pelea absurda o incluso serle infiel.

Así pues ¿qué correspondencia podemos encontrar entre los sentimientos de culpa y los conflictos en las relaciones de pareja?

En primer lugar, cualquier discusión que surja en una relación de pareja, en la cual haya un miembro que posea ciertas tendencias al sentimiento de culpa negativo e infundado, atraerá así toda la responsabilidad de dicha discusión creyendo que es él, el culpable absoluto del conflicto, promoviéndose a sí mismo un estado físico y psicológico insano y perturbado, con problemas psicosomáticos, depresión y angustia crónica. Y ninguna relación que se precie como sana puede provocar estos síntomas en uno o en ambos miembros de la pareja. Al final el estado de la relación se resentirá y es más que probable que esta sucumba. Por ello es importante acudir a un especialista cuando uno de los miembros carga con toda la responsabilidad de cada discusión, ya que se hace responsable en gran medida por su tendencia al sentimiento de auto-culpabilidad que alberga.

En segundo lugar y como proponía Freud, a veces este sentimiento de culpa puede estar oculto de forma inconsciente, provocando que la persona que lo aloja no sepa que le pasa y para dar sentido a su estado puede cometer ciertas imprudencias en cuanto a su relación de pareja, siendo por ejemplo infiel, provocando discusiones y/o diversos altercados que minan la relación de forma traumáticamente perjudicial, con la finalidad de dar sentido a su sentimiento de culpa inespecífico.

En definitiva los sentimientos de culpa infundados o injustificados (ya que la culpa no es enteramente suya) pueden repercutir negativamente en el matrimonio o la relación de pareja, cargando uno de los miembros con toda la responsabilidad ante cualquier discusión o promoviendo altercados para dar sentido a estos sentimientos de culpa inconscientes. Por lo que debemos de tratar estos sentimientos de forma profesional si comprobamos que nuestra relación se está resintiendo de sobremanera.

Bibliografía:



Estilos explicativos y estrategias de afronatmiento, disponible en: http://redalyc.uaemex.mx/redalyc/pdf/1806/180613874006.pdf,

Estilo atribucional negativo, depresión y salud de Pilar Sanjuán y Alejandro Magallanes, disponible en http://www.infocop.es/view_article.asp?id=1296

Rojas-Marcos, L. (2010). El sentimiento de culpa. Punto de Lectura.

Freud, S. (1983). El yo y el ello. Barcelona: Ediciones Orbis.

Goleman, D. (2006). Inteligencia social. Barcelona: Kairós.

DELIRIOS Y LOCURA

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Delirios y otros problemas

Bienllegados a la pagina donde todos vuestros delirios serán recompensados con miradas de incomprensión y rechazo amable.
Nos movemos incesantemente por sendas incautas, ataques de locura anonimos y vulgaridades encendidas por el alcohol de cualquier cantina.
No vengo a vender nada de valor ni a regalar una sonrisa verdadera, vengo para quedarme sentado mientras tu disfrutas de la ignorancia de los demás.
Vengo para quedarme sentado entre tus historias de a media tarde, para escucharlas, leerlas y enmudecer al ver que todos somos tan parecidos, tan complejamente simples.....
Me siento y te escucho. Sientate y escuchate. Sentemonos a escucharnos.Escuchame si puedes.